No es una amenaza, es el nombre
de un movimiento americano surgido a raíz de la imposición, por parte de los
poderes públicos, de la ideología de género. Algo que está sucediendo en
España, espoleado por algunas Consejerías de Educación, diversas instituciones
y el propio Gobierno central.
Y, es que, cuando uno oye a una
parlamentaria de Navarra diciendo que los padres “pueden decir lo que les dé la
gana como padres, están en su derecho, lo que no están en su derecho es a
decidir por sus hijos en estas cuestiones” (textual), uno piensa enseguida: con
mis hijos no te metas. Los experimentos los haces con los tuyos, pero no con
los míos. Y conviene decirlo, aquí y ahora, por si acaso.
Miren, creo en pocas cosas. O,
con palabras de L. Giussani, “estoy seguro de pocas cosas grandes”. Pocas, pero
grandes. No las creo como el estudiante que, preguntado por el profesor,
comienza diciendo “creo que …”. Al contrario, las creo sin ápice de duda. Y una
de ellas es que mi mujer y yo tenemos el derecho y el deber de educar a nuestros
hijos. Nada de tribu, colectividad, comuna o Estado, ¡nosotros!
No lo he aprendido en los libros,
pues los niños no nacen con un manual bajo el brazo. Lo he aprendido de un
padre que adoraba a su esposa y de una madre que adoraba a su marido; los cuales,
a su vez, lo aprendieron de los suyos, con una continuidad secular en el
tiempo. Una experiencia que compartimos la mayoría de padres, muy alejada de
esa lucha de poder entre varón y hembra que intenta pintar la ideología de
género en su afán de deconstruir.
Y digo esto porque es oportuno
aclarar que esta creencia no depende de que el Estado la recoja en un escrito.
Es así: educa a tus hijos y deja que yo
eduque a los míos. Ahora bien, por suerte, nuestra Constitución la refrenda
en su artículo 27.3, afirmando la libertad de los padres a educar en sus mismas
convicciones morales y religiosas. Y la sexualidad, porque no somos animalitos,
tiene que ver con ellas.
Se puede estar o no de acuerdo
con ello, pero no me imponga sus ideas. Menos aún a mis hijos. Respeto sus
ideas, respete usted también las mías.
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