La entomología clasifica miles de
escarabajos. Uno de ellos es objeto de estudio de un doctorando que pide
referencias sobre posibles modelos matemáticos. Hay que averiguar cómo le
afecta el cambio climático y viceversa. Mientras me pone al día de su investigación
sale la palabra biodiversidad. Una palabra recurrente que viene a significar la
diversidad de especies animales y vegetales de un determinado hábitat. Preservar
la biodiversidad es un objetivo de nuestro siglo. Pero yo, perdonen, sonrío
sardónicamente cuando la oigo pronunciar a algunos. ¿Por qué? Decía F. Hadjad(*) que “la experiencia de la familia política es, sin duda, la prueba más fuerte
de la biodiversidad” e ironizo porque no aprecio en algunos el deseo de
preservarla.
Pasa como con la familia natural,
que algunos ahora llaman clásica o heteropatriarcal con el fin de hacerla
parecer anticuada o sospechosa de violencia de género. Porque no hay mayor ni
más importante biodiversidad que la que surge de la diferencia biológica
existente entre la mujer y el hombre. Partiendo de esta diferenciación sexuada
va surgiendo un hábitat difícil de sustituir. Hijos e hijas que convierten a
otros en padres y madres que, a su vez, hacen abuelos y abuelas. Entre medias
hay suegros y suegras, yernos y nueras, tíos y tías, primos y primas. La
familia política, con todas las rarezas de sus miembros. Todo un hábitat que
preserva a los que lo forman y da solidez al entramado social.
No son teorías, son realidades. No hay ideología de
fondo, es la propia naturaleza. Han podido comprobarlo en la pasada crisis
económica. O, sin ir tan lejos, visitando un hospital. Si el enfermo tiene
familia, allí siempre hay alguien que le cuide. Si no la tiene, tendrá que
echar mano de la cartera para contratar a un acompañante. La Consejería
construye un hospital, pone camas que se llenan de enfermos, contrata -siempre
menos de los necesarios- médicos, enfermeros, auxiliares y celadores, pero todo
queda frío sin ese familiar que te humedece los labios con un paño mojado.
Incluso todo se viene abajo sin el familiar que llama al timbre de emergencia a
media noche o te acerca el orinal con cariño. Son insustituibles. Valdría la
pena cuidar un poco más esta biodiversidad.
(*) Recomiendo el libro Últimas noticias del hombre (y de la mujer), de Fabrice Hadjadj, Biblioteca HOMOLEGENS, 2017
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