martes, 14 de julio de 2020

Galileo, 1616 (IX)*



                Me gustaría dejar claro, aunque pueda repetirme, que este debate que involucra a filósofos y teólogos no es contra la persona de Galileo, sino contra la teoría que expone. Los filósofos están contra ella porque echa por tierra parte de la Física de Aristóteles, así como su método. Para ellos, además, lo que está en juego es su pan de cada día, porque ¿qué pasaría si parte de lo que enseñan se demuestra falso? Con los teólogos se añade una cuestión más crucial. Para éstos, si la teoría copernicana era cierta entonces había pasajes de la Escritura mal interpretados y, como consecuencia, ideas tan intuitivas a enseñar, como por ejemplo la centralidad de la figura del hombre en la creación, que iban a necesitar una revisión. Pero, lo que más les molestaba era que Galileo, que no era teólogo, pretendiera darles lecciones -¡a ellos!- de cómo debían interpretarse las Escrituras.
                Con todo, a semejanza de la figura de Adolf Eichman en la obra de Hannah Arendt, donde la acción de un mediocre con poder deviene en desastre, bastó con que surgiera un mediocre, tal como el dominico Tommaso Caccini (39 años), anhelante de fama y posición, para dar inicio al desastre. Y, lejos de ser una anécdota reducida al púlpito, fue todo un principio.
                A comienzos de 1615, no parecía que pudiera tener consecuencias. Hasta el hermano de Caccini, Mateo, le recrimina desde Roma: “qué estupidez dejarse convencer como un palomo por otros palomos [en referencia a Colombe]; por favor, deja ya de predicar sobre estas cuestiones”. Incluso el padre Luigi Maraffi (predicador general de los dominicos en Roma) se disculpaba por carta el 10 de enero: “Enterado del escándalo, he sentido un infinito disgusto”.
No obstante, el príncipe Federico Cesi (director de la Accademia dei Lincei), sabiendo que su amigo Galileo sigue dándole vueltas al modo de interpretar las Escrituras, le escribe el 12 de enero aconsejándole cautela ante “esos enemigos del conocimiento” y le traslada la opinión del cardenal Belarmino sobre Copérnico: lo tiene por “herético”, pues “el movimiento de la tierra es, sin lugar a dudas, contrario a la Escritura” y siempre ha tenido la duda de consultar a la Congregación del Índice para prohibirlo.
Le advierte Cesi del cuidado que debe tener en su posible respuesta a Tommaso porque puede despertar a la Congregación del Índice y, como consecuencia, correr el riesgo de que se  prohíba el Copérnico. Le aconseja centrarse, más bien, en el odio manifestado a las Matemáticas (“arte diabólico”) y a los matemáticos en general, a los que Caccini solicita “expulsar de todos los estados”. Para ello le sugiere que gente de religión amante de las matemáticas y otros catedráticos de Matemáticas de Italia hagan ruido en Roma. Que difundan que las palabras de Caccini lesionan notablemente este saber, pero siempre -insiste- “sin tocar el punto del movimiento de la tierra”. Con el paso de los años, estas consideraciones que dice Cesi escribir “apresuradamente”, se demostrarán acertadas, denotando el profundo conocimiento que poseía el príncipe de la dinámica romana.
En efecto, la caja de los truenos se había abierto. De hecho, Nicolô Lorini (el de “un tal Ipérnico”), pensando que la Carta a Castelli es una réplica a la homilía mencionada (algo absurdo pues distan un año en el tiempo), escribe el 7 de febrero una carta al cardenal Sfondrati, secretario de la Inquisición en Roma, acompañándola con una copia de la Carta a Castelli en la que él mismo ha subrayado algunas frases “sospechosas”.  
No sé qué pensar sobre las intenciones de esta denuncia informal y secreta de Lorini (protagonista también en nuestro artículo V). Quiero pensar que como él dice “es una acción llena de santísimo celo”, “un amoroso aviso entre yo y usted [el cardenal]”, obligado como buen cristiano, como buen hijo de Santo Domingo y por el bien, “en particular, de todos los teólogos y predicadores”.
Sorprende, no obstante, que en diciembre de 1614 le dijera a Castelli que le pareció un exceso el sermón de Caccini y que, ahora, a comienzos de 1615, tome cartas en el asunto. Aparentemente no quiere iniciar ningún proceso pero, como miembro antiguo de la Orden de los Predicadores, es indudable que sería consciente de lo que ocurriría. Quizás, como dice, siente la obligación moral de advertir que “tengan [en Roma] los ojos bien abiertos en materia semejante [interpretación de las Escrituras] por si hay necesidad de algún tipo de corrección”. Como también es cierto que recoge la opinión de los demás religiosos del convento de San Marcos, los cuales “encuentran [en la Carta] muchas proposiciones que son a la vez sospechosas o temerarias”.
Desde luego, habla a su favor el que en su carta no mencione en ningún momento a Galileo y prefiera echar el problema sobre los hombros de los “llamados Galileanos”, a los que califica de “hombres de bien y buenos cristianos, pero un poco obstinados y duros en sus opiniones” que con “bello ingenio dicen miles de impertinencias que siembran por toda nuestra ciudad”. En fin, quiero interpretar la carta de Nicolô Lorini como la de “un hombre celoso de su Fe” y, en consecuencia, lógica y sin pretensiones destructoras.
Para acabar, repasemos lo que echa en cara a esos “galileanos”. Le preocupa que digan cosas tales como: que ciertas maneras de relatar las Sagradas Escrituras son inconveniencias, que en la disputa de los fenómenos naturales se deje la Escritura en último lugar, que sus intérpretes a menudo se equivocan al exponerla, que la Escritura no debería ser forzada para imponer artículos concernientes a la fe, que en las cosas naturales tiene más fuerza el argumento filosófico o astronómico que el sagrado y divino y, finalmente, que cuando Josué mandó al sol pararse debe entenderse que el mandato fue hecho al primer móvil y no al sol en sí mismo. En suma, que  exponen las Sagradas Escrituras a su manera y en contra de la exposición común de los Santos Padres, además de que pisotean toda la filosofía de Aristóteles. (Continuará)

(*) En julio de 2018 está el capítulo anterior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario