En el templo de los dioses se
hizo un hueco la Ciencia y, más adelante, fue levantado un altar al Progreso.
La ciencia haría que el progreso fuera imparable. La Humanidad se creía
autosuficiente. Pero eran hombres los que la hacían y algunos de ellos,
llamados científicos, se dejaron llevar por sus ideologías. Ese fue el caso de
Lysenko, cuyos dogmas marxistas aplicados a la agricultura llevó la hambruna a
la URSS. Un caso que otrora parecería lejano por lo obsoleto que se mostró el
comunismo, pero que hoy se hace actual con su vuelta al poder en España. En
efecto, el comité de expertos -Presidente, ministro filósofo y médico- parece que ha apostado más por el razonamiento
político que por el científico. Así, so capa de ciencia, se toman decisiones
políticas. En ese comité no rige la ciencia sino las sensaciones e intuiciones,
mayormente desacertadas, de sus miembros. Su ciencia no convence. Y, en cuanto
al progreso, basta salir a la calle.
En consecuencia, surge la inquietud
y la desconfianza, la duda y el pesimismo. Porque cuando la ciencia balbucea y
los científicos oficiales merecen desconfianza, se duda. Para botón de muestra,
la “vuelta al cole”. Y si humano es equivocarse, más lo es decidir libremente.
Sin confianza en la ciencia y en el poder establecido es lógico dudar de la
conveniencia de llevar a los propios hijos al “cole”. Una duda que, por
situaciones profesionales, no todas las familias se pueden plantear, pero que
exige una respuesta individual, tomada en conciencia.
Mis colegas alemanes cuentan que
no es fácil impartir o recibir clases con las mascarillas, que las actitudes de
algunos ponen de los nervios, pero que asiste a clase todo el alumnado. A día
de hoy no sé lo que pasará en España. Pero es claro que no es tiempo de
huelgas. Desconfíen de los que las proponen, sean estos profesores o
estudiantes. Es, más bien, tiempo de decisiones personales.
Como profesor y padre,
volveré-volveremos al “cole”. Pero entendería que otros no lo hicieran.
¿Durante cuánto tiempo? No lo sé. Vivo día a día. Cada día doy gracias a Dios
por volver a ver a mi familia, amigos, vecinos y colegas. Como me alegro de la
solidaridad y espíritu de servicio renacido a causa de la pandemia. Pido por
los fallecidos, especialmente por Antonio con el que ya no compartiré despacho.
Y todo, con la esperanza de que Dios escribe recto con renglones torcidos.
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