Es difícil entender que todavía haya personas que crean
que nuestro planeta está superpoblado. El modelo de Malthus no tenía en cuenta
las catástrofes naturales, las guerras, las hambrunas y, menos aún, las
epidemias. En la actualidad, cualquier planteamiento científico describe un
crecimiento asintótico, que se estabiliza en torno a un determinado valor, muy
alejado del planteamiento casi decimonónico de aquél. Pero las grandes fortunas
mundiales, empezando por los primeros Rockefeller, siguen alimentando aquella
teoría. Es la política del miedo que une
factores ideológicos y económicos para promover la contracepción, el aborto y
la eutanasia. Capitalismo y extrema izquierda aliados, cada uno por motivos
propios y distintos, en la destrucción de la vida humana. Alianza que sólo conduce
al absurdo, si no a la aberración.
Centrémonos en el aborto. Un debate que parece
olvidado. Lo decía un amigo cuando propuse una tertulia sobre los derechos
concurrentes de madre e hijo y, así mismo, de los derechos concurrentes de madre
y padre. ¿Cuál de ellos prevalece? ¿El de la madre sobre el hijo? ¿El de la madre
sobre el padre? Eso parece o, al menos, eso dice la praxis. El niño es mudo y al
padre, en el supuesto de que defienda la vida del niño, lo enmudecen. Una vida,
la del niño, que en algunos países es posible arrebatar incluso después de que
éste haya visto la luz.
Pero, dirán, ¿dónde aparece aquí la problemática
demográfica? En 2019 hubo más de noventa y nueve mil abortos en España, con lo
que suman dos millones y medio desde 1986. Vayan sumando los que se realizan en
el resto del mundo y obtendrán la respuesta. No obstante, como he dicho, el
argumento poblacional es falaz. Algo así como una tapadera para otros fines. Pues,
si el derecho al aborto es para algunos un dogma ideológico, para otros es un
negocio. Por lo que no es de extrañar que, ante la oposición de gran parte de
profesionales sanitarios, el informe Matic’ proponga la negación del derecho a
la objeción de conciencia. O, como pretende el grupo socialista en España, condenas
a cárcel para aquellos que merodean por las clínicas abortistas con el fin de
salvar vidas.
Ante tales dificultades, la política abortista empieza
a moverse en otro sentido. En concreto, los defensores del aborto están usando
las recientes directrices de “autocuidado” de la OMS para promover los abortos
médicos domésticos. ¿No hay médicos para practicar abortos o hay quienes
públicamente los pretende evitar?, pues -se dicen- encontremos una solución que
prescinda de los médicos y de la cara al descubierto. Y la solución es: recomendar
la autoadministración de drogas inductoras del aborto sin la supervisión
directa del médico. El objetivo es desmedicalizar el aborto, tal como ya sucede
con la contracepción. Que es también la forma para introducirlo en aquellos
países donde está restringido o es ilegal. Para ello, como pueden imaginar, el
laboratorio elegido ha sido la población más vulnerable de algunas naciones
africanas. Después, cuando esté perfeccionado, lo exportarán al resto del
planeta.
Desde la década de 1950 la píldora "anticonceptiva", primero, y el aborto, en todas sus modalidades, han sido un grandísimo negocio para laboratorios y clínicas abortistas, los mayores promotores de la cultura de la muerte.
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