Se dice que las
nuevas generaciones serán las primeras que vivan peor que sus padres. Esto
mismo le preguntó, por WhatsApp, Ana Iris Simón a su padre. Le escribía que si
consideraba que ella vivía peor que ellos a su edad. A lo que su padre le
contestó que “no dijera gilipolleces”. Así lo cuenta Ana Iris en su libro
autobiográfico Feria, libro revelación de esta joven manchega (Campo de
Criptana, 1991) en el que se hace un retrato magnífico de la sociedad actual, a
la vez que se exalta el valor de la familia, la de siempre, la que un 95% hemos
conocido y a la que un 5% se quiere cargar.
No
sé quién lleva razón, si el padre de Ana Iris o lo que se dice. Pero de lo que
estoy convencido es que las nuevas generaciones serán las primeras que sepan
menos que sus padres. Y en esto coincido con mi amigo Vidal, además de en otras
cosas. Ahora bien, no señalaré como causa a estas generaciones. No, al menos,
como causa primera. Más bien, señalaré a sus mayores y, en especial, a mi
quinta y a las siguientes.
Podemos excusarnos con eso de la “presión social”, pero
lo cierto es que olvidamos enseñar que “el saber no ocupa lugar”, que “no hay
tiempo para todo”, que hay que escoger, que “si cuidas el orden, el orden te
cuidará”, que el esfuerzo es el principio de la virtud, que la formación es
autoformación y, por tanto, exigencia y disciplina, que “la confianza da asco”,
que la educación en las formas ayuda a convivir, que el respeto es exigible de
cara a los mayores y a la autoridad, que no todo vale, que no siempre se
trabaja en lo que a uno le gusta, que “no hay mal que por bien no venga”, que la
vida no es diversión continua y que la felicidad no depende tanto de lo
material como de la interioridad, de conocer el sentido de la vida y de redirigir
el rumbo cuando se ha perdido.
Más aún, hemos olvidado enseñar aquello que nos ayudó
a seguir hasta donde ahora nos encontramos. Quizás porque no lo hemos sabido discernir,
quizás porque pusimos en ello tanta confianza que ahora nos parece engañoso. “E
igual -escribirá Ana Iris- ahí está la clave”, que lo que tuvimos claro y ahora
nos parece engañoso no lo es tanto. Cada uno sabe.
Ciertamente que las leyes educativas no ayudan, que la
enseñanza desciende como por un plano inclinado, que la memoria y los
conocimientos han sido ridiculizados. Pero, al decir de la filósofa Edith
Stein, “en la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos”.
También los sabios, también. Que no es la esperanza lo que parezco haber
perdido, sino que es la realidad lo que me duele. La realidad de nuestra
contribución al deterioro del conocimiento.
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