jueves, 10 de junio de 2010

8 de junio, ¿simulacro de huelga? (08-06-2010)

8 de junio, ¿simulacro de huelga?

Aquella persona vociferaba contra los funcionarios estando rodeada de cuatro, más una que se preparaba para serlo. Y me preguntaba qué pasaría en aquellas casas donde no hubiera ninguno. ¿Serían tan vehementes con ellos? Y si lo eran, ¿a qué se debía? Desde luego que tiene que haber un motivo, porque nunca he oído vociferar contra el gremio de mecánicos o pasteleros, ni siquiera a aquellos que se quedaron en la carretera después de una revisión o a aquellos que contrajeron salmonelosis. A lo más, les he oído quejarse de tal mecánico o de tal pastelero, pero no de todo el gremio. Pero con los funcionarios no sucede lo mismo, si uno mete la pata es como si la metieran todos. Aquí falla algo, ¿verdad? Más aún si se piensa que dentro del conjunto de funcionarios hay oficios muy distintos y, como consecuencia, sueldos dispares. Entonces, ¿contra qué elemento de qué subconjunto de funcionarios quiere usted arremeter? Por favor, concrete, pero no generalice.

Pero esta España funciona así, las frustraciones de unos se descargan sobre otros. Es el pecado nacional: la envidia. Que en un tiempo en el que escasea el empleo se ceba contra los que parecen que gozan de estabilidad profesional. Abajo los ricos, abajo los burgueses, abajo los funcionarios, …, mientras que por detrás cruzan los dedos para ser ricos, para ser burgueses, para ser funcionarios, …. Quitemos a unos para ponernos nosotros. Pero ha sido una envidia espoleada desde arriba, por un Gobierno que ha buscado una cabeza de turco contra la que desplegar la ira a la que ha dado lugar su propio desgobierno.

Es un hecho que algunos parecen nacer con una estrella, como lo es que mientras miles de estos funcionarios dependían económicamente de sus padres y pasaban horas de insomnio preparando exámenes y oposiciones, los compañeros que no quisieron tomar ese camino tenían ya un trabajo, un sueldo, el sábado noche e, incluso, una familia propia. Es cierto también que durante muchos años han aparcado en batería el Mercedes de ese que ahora no tiene empleo junto al modesto coche de ese funcionario que ha visto pasar su juventud a la luz de un flexo de estudio. Son ciertas tantas cosas que no tenemos derecho a sentenciar sin haber oído antes las dos partes.
Y todo esto cabe aquí porque está convocada para hoy una huelga general de funcionarios de la que todos conocemos los motivos. Y es lógico que tanto éstos como los sindicatos de funcionarios salgan hoy a la calle a manifestar su malestar y exigir sus derechos. Otra cosa es que se sumen a la misma aquellos sindicatos que han estado callados ante el sucesivo desempleo que, a lo largo de dos años y medio, ha generado casi cinco millones de parados. Ahora sacan pecho, ahora parecen querer desligarse del compromiso que les une a Zapatero, pero ¿quién les cree? Yo no, desde luego, porque he visto como han mantenido amordazada a la masa obrera –y digo masa obrera para seguir el argot de estos sindicatos prediluvianos-, a la vez que la dirigía contra la clase empresarial o el partido de la oposición. Han sido la guardia pretoriana de Zapatero y ahora pretenden ser su Tigelino. No me lo creo.

Hace tiempo que España necesitaba una huelga general. Tranquila, sosegada, sin violencia, dentro de la legitimidad, como gustan en decir algunos. Una huelga que pusiera a Zapatero y a su gobierno de patitas en la calle. Y junto a Zapatero a todos aquellos gobiernos autónomos que sólo se han atrevido a discrepar de él en la prensa y no en las votaciones de sus desorientadas leyes. Y ya saben lo que quiero decir. Una huelga así en la que todos, funcionarios, autónomos, trabajadores por cuenta ajena, parados y demás, salieran juntos a la calle para decir a este gobierno que basta ya de improvisaciones y mentiras. Una huelga así, digo, hubiera sido fielmente secundada.

Dicen que la de hoy servirá a los sindicatos para comprobar su fuerza de convocatoria, una fuerza de la que dudan por primera vez en su historia porque han cometido traición a su tradición. ¿O no?

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