miércoles, 14 de julio de 2010

Campeones (13-07-2010)

Campeones

Las crónicas de nuestro tiempo no estarían completas sin una referencia al mundial de fútbol, y a eso voy. Bien sé que hablar de fútbol sin hacer mención a otros deportes resulta de poco gusto para algunos que se autoproclaman intelectuales, pero por suerte la vida es más rica que la versión que de ella ofrecen estos seudointelectuales, que si fuera por ellos la atrofia no sólo sería mental sino también física.

Mi referencia a un mundial de fútbol se remonta cuarenta años atrás, al de 1970. Pasaba unos días de vacaciones en el chalet de mi madrina y todos, mayores y pequeños, abarrotábamos el espacio que había entre el sofá y la pequeña televisión en blanco y negro. Disputaban el tercer puesto las selecciones de Alemania e Inglaterra, mientras que la final enfrentó a Brasil e Italia. Como muchos niños, conocía de memoria a la mayoría de sus jugadores gracias a la colección de cromos que completé. ¿Dónde estará ahora? Recuerdo a Pelé, Tostao, Gerson, Ribelinho, Mazzola, Facetti, Serena, … Es curioso lo bien que conservo la emoción del momento, aunque en ello no me fuera nada. Pero ver jugar a los mejores jugadores del mundo convertía en especial aquel momento, más aún cuando a los propios sentimientos se sumaba la expectación de los mayores y los comentarios que estos, más expertos, hacían de cada uno de los jugadores. Comentarios que llevaban a discusiones sobre cuál era el mejor jugador de la historia, si Pelé o Di Stéfano. Quizá de aquel tiempo surgiera mi convicción de que como la “saeta rubia” no había existido otro mejor, ni cabía la posibilidad de que existiera. Pero la historia se hace con el transcurrir del tiempo y este ha hecho posible algunas de las cosas que en aquellos años eran impensables. Como, por ejemplo, ver a España como la mejor selección de fútbol u oír al propio hijo discutir con sus amigos sobre si el mejor jugador del mundo es Villa o Iniesta. Aunque hay cosas que no han cambiado, como la colección de cromos del mundial de fútbol. Conté a mi hijo que un amigo cambió, en el mundial de 1978, el cromo de Maradona por doscientos y ha estado esperando estos día para hacer lo mismo en el caso de que le saliera el de Villa. Qué le voy a hacer, es de Villa.

Porque este mundial ha servido, como se viene repitiendo, para unir a todos los españoles y para separar el grano de la paja, pero también ha venido bien desde un punto de vista más próximo. Ha servido para hacer familia y para cultivar con mayor intensidad las amistades. Mi hija llamaba desde el campamento en el que estaba para decir que hacía fuerza para que ganara España. Mi familia de Puerto Rico telefoneaba antes y después de cada partido de la selección. Y cada uno de ustedes sabrá las anécdotas que han sucedido en su familia. Por otro lado, muchos de los partidos los hemos visto con amigos. También en el trabajo parecía que las continuas victorias de la selección pudieran unir a los distintos estamentos en la ilusión por el propio fin profesional. Y si además, como se decía la noche del domingo, ha podido ser un motivo para aumentar la natalidad, mucho mejor que falta nos hace.

“Hemos ganado”, decíamos como si fuéramos nosotros los jugadores. Pero nada es más cierto que “hemos” ganado. A nivel próximo, como ya he comentado, y a nivel de nación. Hemos recuperado la bandera y hemos perdido el complejo que teníamos de que nuestro himno careciera de letra. Letra, ¿para qué? ¡Si tenemos un himno con historia de siglos!

Ciertamente “hemos” ganado, porque ya no somos los invitados de piedra de los acontecimientos históricos sino los protagonistas de su transformación y hechura. Realmente, nunca hemos sido unos convidados, pero nuestro pesimismo histórico así nos lo hacía ver. Con el triunfo ha caído la paja de nuestro ojo. ¡Qué mal puede hacer una paja!

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