lunes, 13 de diciembre de 2010

La Cruz (13-12-2010)

La Cruz

“La denuncia de toda injusticia procede de la Cruz”, decía el obispo de Albacete en la mañana del domingo. Hablaba junto a la Cruz de los jóvenes y el icono de la Virgen que presidirán el encuentro mundial de la juventud del próximo agosto en Madrid.

Esa Cruz ante la que hablaba, regalo de Juan Pablo II y viajera por medio mundo, es una Cruz sin crucificado lo que recuerda la reflexión que san Josemaría Escrivá hacía en Camino: “Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, … y sin crucifijo, no olvides que esa Cruz… está esperando el crucifijo que le falta: y ese crucifijo has de ser tú”. Una reflexión que invita a cualquier cristiano a identificarse con Cristo hasta las últimas consecuencias.

Siguió un Vía Crucis por calles de Albacete, el Vía Crucis con los comentarios de la madre Teresa de Calcuta. En mi ignorancia, no lo conocía. Y, quizás por ello, sonaron sus palabras como aldabonazos que todavía recuerdo.

Ya en la primera estación me sorprendió su sencillez y profundidad: “El pequeño niño que tiene hambre, que se come su pan pedacito a pedacito porque teme que se termine demasiado pronto y tenga otra vez hambre”. Real y exigente para el que no pasa por esa necesidad, invita a apreciar lo que tenemos y sugiere lo que podemos hacer por los demás. Y en la tercera estación otra sugerencia en forma de afirmación: “Hay miles y miles de personas que morirían por un bocadito de amor, por un pequeño bocadito de aprecio”. Y en la cuarta una cuestión para una sociedad que dice adorar a la juventud pero que le ha quitado lo más necesario: ”¿Estamos aquí para comprender a nuestra juventud si se cae?, ¿si está sola?, ¿si no se siente deseada? ¿Estamos presentes entonces?” La sexta estación me dejó por los suelos, marcaba la distancia que separa mi caridad de la de esta mujer, es la llamada al heroísmo que pide el Crucificado: “También en vuestro país podéis ver a gente en el parque que están solos, no deseados, no cuidados, sentados, miserables. Nosotros los rechazamos con la palabra alcoholizados. No nos importan. Pero es Jesús quien necesita nuestras manos para limpiar sus caras. ¿Podéis hacerlo o pasaréis sin mirar?” Y, finalmente, la novena estación, leída ante las puertas de la Iglesia de la Purísima, al son del replicar de sus campanas. Tocaba el tema que ha ocupado parte de este año: “Se le quitan sus vestidos, hoy se le roba a los pequeños el amor antes del nacimiento. Ellos tienen que morir porque nosotros no deseamos a estos niños. Estos niños deben quedarse desnudos, porque nosotros no los deseamos, y Jesús toma este grave sufrimiento.”

Acabó el acto con una misa en la catedral. Y yo, que me había levantado ese día pensando en escribir algo sobre educación a propósito del informe PISA, no pude menos que decidirme por este otro tema: el de la Cruz. Un tema que es escándalo para los judíos y locura para los griegos, según el decir de san Pablo. Que habla de amor por los demás y que tiene su reverso de odio en aquellos que no lo consideran. Odio que, con la escusa de una mal interpretada laicidad, está consiguiendo que el poder sustituya a la moralidad con cierto sesgo totalitarista.
Lo peor que le puede pasar a alguien es no saber a quién acudir cuando las cosas no van bien. Lo peor de un ateo es no tener ni siquiera un dios al que echar las culpas de lo que pasa. En España, por suerte, a falta de dios siempre tienen a los cristianos para desahogarse: una manifestación violenta con la que amedrentar a los asistentes a algún acto, una falsa denuncia sobre un colegio concertado, algún crucifijo olvidado que todavía preside un aula, el enfado ante una procesión celebrada en hora de mínima afluencia de vehículos,… La historia se repite. Al final, siempre sobrevive el Crucificado y, además, de manera gloriosa. Los pobres y los enfermos saben de quién se pueden fiar.

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