martes, 18 de enero de 2011

Cuando el mundo se indigesta (18-01-2011)

Cuando el mundo se indigesta

El niño tiende a pensar que cada vez que llueve en la ciudad también llueve en el resto del “mundo”. Que cuando está triste, todo el “mundo” tiene motivos para estar triste. Y no puede comprender que los demás rían cuando él llora. Se ha dicho que el niño se cree el centro del universo y quizás sea este el motivo por el que se vea con fuerzas para recorrerlo. No hay nada mejor que partir del punto medio. No es su objetivo el conquistarlo, sino confirmarlo como suyo, comprenderlo para sí. Y en su propósito encuentra como aliado al adulto que le anima a “comerse al mundo”.

Y hasta tal punto suele ser así que acaba casi siempre en una indigestión. Porque no cabe duda de que la mayor parte de los adultos somos niños a los que nos ha sentado mal el mundo. Convencidos, desde niños, de que podíamos comérnoslo, nos hemos convertido en adultos que solo quieren regurgitarlo. Operación ésta que, por su tamaño, resulta imposible. Así que el paso previo es reducirlo. Hay que reducir el “mundo” a su tamaño inicial, aquel que tenía cuando éramos niños. De manera que el “mundo” del adulto se torna al del niño y no caben más que las ocupaciones de éste: jugar, comer, dormir y que los mayores nos saquen las castañas del fuego.

Lamentablemente, no es posible. Y cuanto más intentamos reducirlo, más se nos escapa. Porque, sin advertirlo, estamos en manos de otros que se ríen de nuestra indigestión. Retrocedemos con cada intento. Las fuerzas centrípetas no responden, siempre hay una fuerza hacia fuera que no controlamos. Y el vértigo intestinal continúa. El “mundo” es demasiado grande para que podamos pasar de él. Así pues, no parece que la solución sea empecinarnos en nuestro empeño por deshacernos de él.

Estábamos tan a gusto en nuestra “casita” con nuestras “cositas”. Todo medido, pesado y controlado. Las cosas de fuera no nos afectaban, hasta que nos afectaron. Hasta que los problemas de fuera invadieron nuestra casa y no hubo más remedio que prestarles atención. Los otros, aquellos que sabían y en los que confiaba, no habían resuelto bien los problemas. Y llega el momento en que hay que ayudarles a resolverlos, aunque solo sea para seguir en “casita” con mis “cositas”. Y, quizás, lo primero sea decirles que se vayan. Que ellos tienen sus “casitas” con sus “cositas” y yo me he quedado sin ellas.

Y la indigestión se pasa, porque no se trata de comerse el mundo sino cambiarlo con nuestra presencia.

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