jueves, 9 de junio de 2011

La reválida, la selectividad, la PAU, ¡la PAEG! (07-06-2011)

La prueba de acceso a las enseñanzas de grado (PAEG), conocida vulgarmente como “selectividad”, que comienza mañana en nuestra región, se me antoja cada vez más lejana. Y eso que el presente, por la participación en ella de un número elevado de estudiantes conocidos, me recuerda continuamente tal evento. Casi como un cirujano que, de tanto repetir la misma operación cientos de veces, ya no siente. Siempre el mismo método, los mismos protocolos, las mismas advertencias, las mismas despedidas. Nada nuevo, parece decirse para sí. Y, sin embargo, en cada intervención quirúrgica, en cada selectividad, siempre hay algo nuevo. No me refiero a una nueva técnica a emplear, ni a la inclusión de nuevos contenidos en las pruebas, cuya posibilidad nunca es descartable. La novedad que quiero remarcar nada tiene que ver con técnicas o contenidos. Es, más bien, la novedad del paciente, la novedad de los sentimientos del joven que accede a la prueba.


Por más que sea siempre lo mismo, por más que haya que diseccionar de nuevo o que haya que repetir la prueba, las emociones del paciente y del joven estudiante nunca son las mismas. Siempre distintas miradas, distintas esperanzas, distintos propósitos, … que hacen que, aun siendo los mismos ojos, la misma cara, la misma enfermedad o la misma prueba, todo cobre un sabor de novedad. La misma novedad que se repite en el entorno próximo de cada sujeto.


Desde este punto de vista, tanto la PAEG como su preparación serán siempre algo nuevo, original, y como tal debe ser tratado. No importa que hayamos visto miles de veces las mismas lágrimas, ni que tengamos que repetir las mismas palabras para su consuelo; no importa que oigamos las mismas quejas, para las que de nuestros labios brotan espontáneamente las mismas respuestas; no importa … ¿qué sé yo? Lo único que importa es que ese estudiante o esa estudiante, que se comporta ante la prueba de la misma forma que lo hicieron otras promociones anteriores, debe ser tratado como el primero, como la primera. Su originalidad no permite actuar de otra forma. Además de que él y ella así lo esperan.


Y tras esta consideración estimulante o que pretendía que lo fuera, conviene entrar a degüello con el sentimentalismo. En concreto, con ese tópico tan manido que afirma que en un examen se juegan su futuro”. Nada más falso se puede decir, porque llevan dieciocho años, con sus correspondientes exámenes, jugándose el futuro. Esto es, el futuro se lo jugaron antes. La prueba no es más que una constatación de lo que saben en el presente. Un presente que se ha forjado en el pasado -cuando tal presente era futuro- con horas de estudio esforzado o con un estudio light. De los diez puntos de la Prueba General, seis se corresponden con ese pasado.


Otro problema es el que suscitan aquellos jóvenes que quieren estudiar determinados grados con notas de corte. Pero, igualmente, su futuro no es más que un pasado que pasa por el presente de demostrar que saben más que otros. Sabiendo que pueden obtener hasta cuatro puntos en la Prueba Específica. Es duro pensar que “por una milésima” no se ha podido estudiar el grado deseado en la Universidad que se pretendía. Lo que lleva a otro tipo de consideraciones. Pero mientras que sigan así las reglas de juego, sería injusto no poder acceder a un determinado grado porque alguien, con una milésima menos, le quitó la plaza.


En cualquier caso, la cuestión de fondo es otra. Guarda relación con eso de que todos servimos para todo hasta que se demuestre lo contrario. Y el problema surge cuando no aceptamos lo contrario por respuesta.


En fin, mañana comienza la PAEG. Y un año más no descansaré hasta ver los resultados de los estudiantes con los que me presento. Una vez más la lejanía que se desintegra en proximidades con nombres y apellidos. No se rían, pero confieso que tendré que suavizar mi inquietud con algún rezo.

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