martes, 21 de junio de 2011

"Yo, sigo" (21-06-2011)

Los de mi generación se acordarán de un personaje televisivo por nombre “Felipito Tacatum” (o algo así) que se hizo célebre por su frase “yo, sigo”. Un niño simplón, con algún defecto en el habla, tirantes y pantalón cortito al que daba vida, creo, uno de los hermanos Calatrava. Personaje que me viene a la cabeza cada vez que veo a nuestro presidente Zapatero.


En aquellos años, el uso de la expresión “yo, sigo” era motivo de risa, algo así como lo es actualmente esa otra de José Mota que dice “si hay que ir se va, pero ir pa na es tontería”. Aquella, como ésta, es de esas frases a la que se recurre cuando alguien quiere hacerse el graciosillo. Solo que ahora, en boca de Zapatero, ya no resulta graciosa. Su continuidad genera desconfianza dentro y fuera del país, con las consecuencias negativas que ello conlleva. Además de que tiene un coste que, por el caso de las nuevas transferencias para el País Vasco o de la entrada de Bildu en ayuntamientos y diputaciones (y por tanto en la Agencia Tributaria española), podría llamarse impuesto revolucionario.


De manera que, para que se haga realidad el “yo sigo” de nuestro presidente, la nación española está pagando un impuesto revolucionario a una de sus autonomías, ¡absurdo! Como lo es que Cataluña pueda endeudarse el doble que las otras. Según los últimos datos, Cataluña acumula 34.332 millones de euros de deuda, frente a los 6.106 de nuestra comunidad, ¡más del quíntuplo! La pela es la pela y, así, a los catalanes les interesa más proclamarse independentistas, que es poner el cazo, que proclamar la independencia, lo que supondría quedarse sin su vaca lechera que es el resto del país. Y como Zapatero quiere seguir, pues eso.


En mi opinión, a Zapatero solo le interesa agotar la legislatura. Dentro de sus muchos complejos, que la historia le recuerde como un presidente que no agotó su segundo mandato es algo que le supera. Que lo hizo mal es algo a lo que siempre se le puede dar la vuelta y más para un experto como él en cambiar la historia. Pero el dato es el dato y el hecho de dejar de ser presidente antes de hora supone siempre un interrogante: ¿por qué? Fíjense ustedes, y siempre en mi opinión, una victoria de Rubalcaba en las generales le alegraría no tanto porque mantendría en el poder al PSOE sino porque le haría recuperar su imagen, no la que tiene ante los demás que ya es algo imposible de recuperar, sino la que tiene de sí mismo para sí mismo. Es un narcisista.


A nadie se le escapa que, desde diciembre pasado, este país lo gobierna Rubalcaba. ¿Qué le queda, pues, a Zapatero? Pues ya que se ha demostrado que es incapaz de aprender economía, tanto como lo es para aprender inglés, él sigue con su sofisticada ingeniería social que se concreta en su proyecto de ley de igualdad, su deseo de aprobar la eutanasia y, si le da tiempo, su ley de libertad religiosa. Esto es, control y aprovechamiento de las envidias, atajar el problema de la vida con la muerte del problema y cargarse a la Iglesia Católica que, al fin y a la postre, es su gran obsesión. Lamentablemente, no sólo no entiende de economía, sino que tampoco sabe lo que es el respeto a la libertad de los demás. Pretende ordenar nuestras vidas cuando anda, como zombi, con su propia vida desordenada.

¿Rubalcaba? Que alguien que haya permanecido en el poder desde el comienzo de la crisis sea el que ahora vaya a resolverla es, por lo menos, paradójico. Está claro que su postulación como candidato tiene poco que ver con salir de la crisis y mucho, en cambio, con la conservación del poder. Dispone, para conseguirlo, de las mismas fuerzas que fueron derrotadas en las anteriores elecciones. Fuerzas que no han hecho ninguna autocrítica a su gestión pensando, quizás, en esta nueva oportunidad. Pero ya hablaremos mañana del Gobierno.

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