miércoles, 25 de abril de 2012

¡Lo que se están perdiendo! (17-04-2012)





No sé si a usted, querido lector, le sucede lo mismo, pero siento que la vida se me escapa distraída en lo pasajero, en lo inmediato. Que las ocupaciones diarias no las resuelvo mediante la contemplación sino con el sueño reparador –siempre escaso- que precede al nuevo día y en cuyo amanecer alguien –si no yo- me volverá a uncir a la noria del hoy y ahora.

La vida como noria. No esa noria que sube y baja en las ferias, siempre animada por risas y luces multicolores, sino esa otra noria que extrae el agua para el riego y que un burro, con paso cansino y monótono, pone en movimiento. Y me dirá que ya no se ven esos burros dando vueltas a la noria. Y le responderé que no faltan, que cada vez hay más de esos que no ven saltar el agua por los canjilones, que no sienten su frescor, que no la ven correr por las acequias, incapaces de disfrutar del verdor de los campos que riega a su paso o del aroma que éstos desprenden cuando se humedecen. ¡Lo que se están perdiendo!

Y en todo lo anterior hay algo que es más que simple literatura (de la mala, claro), más que triste sentimiento, es la apreciación de un mundo que se ahoga en el pesimismo. De un mundo que lo toma todo a la tremenda, hasta lo que no ha pasado, hasta lo que está por llegar. Como si todo el complejo andamiaje que lo sostiene fuera a venirse abajo por el desprenderse de una tuerca. Como si de un ente mecánico se tratara, nos decimos: si hago esto, entonces sucederá aquello, si sucede aquello sobrevendrá lo otro y, entonces, ya no habrá salida, ya no tendrá remedio. Parece que lo que hacemos es taaaaaaaaan decisivo, parece, porque no en todo actuamos de la misma manera. Aunque sí en aquello que nos importa.

Véanlo ustedes, por ejemplo, en la educación de sus hijos. Basta que alguien diga “lo mal que va el mundo” para que sobrevenga la preocupación por ellos. “Mira que si a mi hijo le sucediera esto o lo otro”, decimos. Nada muestra de mejor forma este sentimiento que el temor al trauma. Es más, este vocablo –trauma- no se puede entender sin esa visión reducida del mundo que lo limita a relaciones físico-químicas de las que no hay salida. O se acierta o se yerra para siempre. ¿Le corrijo?, ¿es el mejor momento?, ¿y si cuando sea mayor…? Tenemos miedo a equivocarnos porque puede ser para siempre. La falta de seguridad provoca el pesimismo. Si pudiéramos asegurar a un hijo como se hace con la casa o el coche …, asegurar su salud, su vida, su felicidad. ¡Ay!, si se pudiera. Porque parece que basta desviarse un épsilon del camino para estropearlo todo.

En Alicia a través del espejo, Lewis Caroll propone por boca de la reina roja una resta a Alicia. Ésta había afirmado que sabía restar y por eso aquella le pregunta: “Quítale un hueso a un perro, ¿qué queda?” Y la respuesta que no supo dar Alicia, ni yo, ni quizás usted, no es otra que la paciencia. Quedaría la paciencia -aclaró la reina roja-, porque el perro se iría tras de ti y allí sólo quedaría la paciencia.

Análogamente y teniendo en cuenta que restar es sumar el opuesto, le planteo a usted, querido lector otra pregunta. Súmele a un joven hecho jirones, desgarrado por la vida, un poco de trascendencia, ¿qué queda? Y, sin darle tiempo a contestar, le respondo: queda la esperanza. Después de cada desgarrón siempre queda la esperanza. Y eso es, precisamente, lo que echo en falta de esta sociedad, la esperanza que salva. ¡Lo que se están perdiendo!

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