jueves, 18 de octubre de 2012

Cambio revolucionario (16-10-2012)


Alexandre Grothendieck (1928) es un matemático de reconocido prestigio al que se le concedió en 1966 la Medalla Fields, el equivalente matemático del Premio Nobel. Y es posible que hubiera ido a recogerlo si el premio no hubiera sido entregado en la Unión Soviética. También rechazó el Premio Crafoord de la Academia Sueca de las Ciencias, dotado muy bien económicamente, porque «dado el declive en la ética científica, participar en el juego de los premios significa aprobar un espíritu que me parece insano». Les cuento estos hechos para introducir gradualmente una de sus decisiones más conocidas: abandonarlo todo e irse a vivir de incógnito a algún pueblo de los Pirineos. Aunque lo de los Pirineos lo supe después, que lo que yo sabía es que había abandonado las matemáticas y se había ido a criar gallinas. Un cambio verdaderamente revolucionario.
Y esto es, creo, lo que necesita la educación actual, un cambio revolucionario, pues se trata de dar la vuelta (una revolución exactamente) a la perspectiva actual. Ya teníamos que haberlo hecho antes pero entonces poseíamos demasiado dinero para pensar en lo esencial. En esa vuelta, lo de arriba –aquello de lo que partíamos hasta ahora- debe pasar abajo y lo de abajo –lo que es el sustrato de toda ´buena educación- debe subir arriba. No quiero decir que este sustrato no estuviera presente anteriormente, pero si lo estaba es claro que se ocultaba entre demasiada metodología de despacho, mucha burocracia, algunos tics psicológicos y otro tanto de tecnología mal utilizada.
Los centros educativos no surgieron para resolver el problema laboral de los adultos, tampoco se originaron para entretener a la juventud, menos aún para mantener vigilados a los niños mientras sus padres trabajan. No son escuelas de oficios, ni todos los conocimientos que imparten deben ser de utilidad inmediata. Los centros educativos surgen para formar a los jóvenes en su doble dimensión; en la personal, para que cada uno de ellos llegue a ser lo que tiene que ser y, en la social, para que todos ellos contribuyan al bien común. Sólo una sociedad culta, escribirá Ganivet, puede llegar a ser una sociedad libre.
Dar y recibir formación, lo que con mayor propiedad se resume en el binomio enseñanza-aprendizaje, es la tarea por excelencia de los miembros de la comunidad educativa. Todo lo demás debe ser dirigido hacia ello o está fuera de lugar. Y, en esta tarea, la mitad del camino se realiza en el hogar. La otra mitad se alcanza en el centro educativo y depende, en gran medida, de la actitud del alumnado; porque el profesorado –que sería el tercer elemento- tiene en España una formación que supera en mucho los conocimientos que debe impartir.
La revolución que propongo es una vuelta a los motivos originales que inspiraron los centros educativos, a la esencia de la propia enseñanza. La vuelta a los papeles auténticos que se encomiendan a los distintos miembros de la comunidad educativa.
El profesorado no puede disiparse con reivindicaciones laborales que le colocan a la altura de esos funcionarios que no quieren ser. Menos aún movilizar al alumnado para que participe en esas reivindicaciones. Los padres deben mostrar a los hijos la importancia de aprender, algo que no se logra sin esfuerzo y respeto al profesorado. Y esta es la principal revolución, porque la crisis educativa no responde a carencias materiales sino que es, más bien, una falta de estudio esforzado. A lo que se suma un cínico escepticismo por parte de algunos padres y profesores frente a la importancia de la adquisición de conocimientos. Actitud  que se contagia por ósmosis a hijos y alumnado. Cínico escepticismo que forma parte del relativismo general que profesa explícitamente parte de nuestra sociedad e, implícitamente, el resto.
Recuperadas las esencias, sólo cabe hacer lo que se pueda con lo que se tiene, con imaginación y creatividad. Contar más con lo que somos que con lo que tenemos o ponen a nuestra disposición, que es casi nada o, a lo más, mucho menos que antes.
Finalmente, me pregunto si todo esto será posible. Los cambios, aunque sean organizativos y coyunturales –como son las medidas del Real Decreto tan vituperado-, son siempre difíciles de asimilar. Pero el principal obstáculo no proviene del cambio sino de la demagogia política que lleva años desangrando nuestra educación. 

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