jueves, 4 de octubre de 2012

Para que no se repita (02-10-2012)


En Bachillerato tenía un profesor de literatura -de esos que dejan huella en el alma del alumno- que describía la periodicidad de las etapas literarias afirmando la recurrencia cíclica al naturalismo.  Lo de la periodicidad no nos era ajeno, sabíamos que muchas cuestiones de la Física habían sido resueltas gracias a ella y parecía normal considerarla. Pero en mi infancia, tan próxima a algunos de los acontecimientos más nefastos del siglo como la Guerra Incivil española y la segunda Guerra Mundial, a ninguno se nos ocurría pensar que estas tragedias pudieran repetirse. Lo malo, en cuanto depende de los hombres, no podía repetirse o, al menos, eso pensábamos algunos. Ya desde primaria, algunos maestros nos habían enseñado a olvidar y a aprender de aquellos males con el fin de sacar bienes. Aquello –nos decíamos-, nunca podrá repetirse. Qué poco conscientes éramos entonces de que a lo largo de nuestra vida los cambios sociales iban a poner a prueba nuestra decidida afirmación. De que íbamos a ser nosotros los que, con nuestros actos y palabras, decidiríamos si el mal se repite.
Desde hace meses se vienen sucediendo en España algunos hechos que obligan a mirar al pasado. El desprecio a la propiedad privada y a la autoridad pública del grupo de andaluces del alcalde Gordillo, la violencia de los mineros en Madrid, la más reciente de los ácratas a las puertas del Congreso, las huelgas en contra de los recortes, el apoyo de los sindicatos al juez prevaricador y el posible referéndum de autodeterminación de Cataluña, entre otras, son reminiscencias de un tiempo que dio paso a otro más oscuro. Y, ante esto, uno se pregunta: ¿volverá a repetirse el mal? ¿Volverá el odio a abrirse paso entre los españoles?
Como si los españoles no nos bastáramos para hablar mal de España, la prensa extranjera, especialmente la norteamericana y la inglesa, disfruta exagerando el panorama. Parece que los defensores del orden y la paz mundial se alegren con nuestro desorden. Un desorden menor si se presta atención al detalle, pero suficiente para aquellos que desean crear alarma. Su lectura nos hace dudar sobre si vivimos en España o en Grecia.  Y quizás sea esto lo que pretendan insinuar al mundo, que somos otra Grecia. Por suerte, desde dentro, la cosa cambia. Las protestas están localizadas tanto geográfica como socialmente. Son los mismos grupos de siempre, los anti-sistema y los que han perdido el poder, los que quieren sacar beneficio de una época de crisis económica débil en valores. No tienen soluciones, además de que algunos de ellos fueran responsables de esta debacle. Y esto lo sabemos los españoles. Como sabemos que esto es España y no Grecia.
Pero no se trata aquí de atribuir a alguien de fuera la causa de nuestros males. Que eso es lo que hacen los gobernantes de la autonomía catalana y los políticos perversos. Mi propósito, más bien, es constatar que están sucediendo cosas que pensábamos que no podrían volver a repetirse en nuestra historia y que, en otro tiempo, no nos llevaron a buen puerto. Y, junto a esa constatación, recordar aquella afirmación de nuestra infancia: que aquello no vuelva a repetirse, conscientes ya de que somos nosotros –cada uno, independientemente de sus circunstancias- los que, con nuestras acciones y palabras, decidimos el día a día. No es el azar, ni la predeterminación, el que hace nuestro camino, sino la libertad de que gozamos, la misma a la que abdicamos cuando nos dejamos llevar por la masa.
Esperemos estar a la altura de las circunstancias. Hay mucho lobo suelto.

1 comentario:

  1. Coincido contigo, como para no despistarse un minuto. Hay mucho que hacer, pero sobre todo no perder la calma. Y, ay, las teorías deterministas en literatura nunca han dado buen resultado, aunque te solucionen el dar una clase: es todo tan diáfano, que no puede ser verdad. Si insistes, desaparece la literatura, y cae el pesado telón de la ideología. Saludos.

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