En
Bachillerato tenía un profesor de literatura -de esos que dejan huella en el
alma del alumno- que describía la periodicidad de las etapas literarias
afirmando la recurrencia cíclica al naturalismo. Lo de la periodicidad no nos era ajeno, sabíamos
que muchas cuestiones de la Física habían sido resueltas gracias a ella y parecía
normal considerarla. Pero en mi infancia, tan próxima a algunos de los
acontecimientos más nefastos del siglo como la Guerra Incivil española y la
segunda Guerra Mundial, a ninguno se nos ocurría pensar que estas tragedias
pudieran repetirse. Lo malo, en cuanto depende de los hombres, no podía
repetirse o, al menos, eso pensábamos algunos. Ya desde primaria, algunos
maestros nos habían enseñado a olvidar y a aprender de aquellos males con el
fin de sacar bienes. Aquello –nos decíamos-, nunca podrá repetirse. Qué poco
conscientes éramos entonces de que a lo largo de nuestra vida los cambios
sociales iban a poner a prueba nuestra decidida afirmación. De que íbamos a ser
nosotros los que, con nuestros actos y palabras, decidiríamos si el mal se
repite.
Desde hace
meses se vienen sucediendo en España algunos hechos que obligan a mirar al
pasado. El desprecio a la propiedad privada y a la autoridad pública del grupo
de andaluces del alcalde Gordillo, la violencia de los mineros en Madrid, la
más reciente de los ácratas a las puertas del Congreso, las huelgas en contra
de los recortes, el apoyo de los sindicatos al juez prevaricador y el posible
referéndum de autodeterminación de Cataluña, entre otras, son reminiscencias de
un tiempo que dio paso a otro más oscuro. Y, ante esto, uno se pregunta:
¿volverá a repetirse el mal? ¿Volverá el odio a abrirse paso entre los
españoles?
Como si los
españoles no nos bastáramos para hablar mal de España, la prensa extranjera,
especialmente la norteamericana y la inglesa, disfruta exagerando el panorama. Parece
que los defensores del orden y la paz mundial se alegren con nuestro desorden.
Un desorden menor si se presta atención al detalle, pero suficiente para
aquellos que desean crear alarma. Su lectura nos hace dudar sobre si vivimos en
España o en Grecia. Y quizás sea esto lo
que pretendan insinuar al mundo, que somos otra Grecia. Por suerte, desde
dentro, la cosa cambia. Las protestas están localizadas tanto geográfica como
socialmente. Son los mismos grupos de siempre, los anti-sistema y los que han
perdido el poder, los que quieren sacar beneficio de una época de crisis
económica débil en valores. No tienen soluciones, además de que algunos de
ellos fueran responsables de esta debacle. Y esto lo sabemos los españoles.
Como sabemos que esto es España y no Grecia.
Pero no se
trata aquí de atribuir a alguien de fuera la causa de nuestros males. Que eso
es lo que hacen los gobernantes de la autonomía catalana y los políticos
perversos. Mi propósito, más bien, es constatar que están sucediendo cosas que
pensábamos que no podrían volver a repetirse en nuestra historia y que, en otro
tiempo, no nos llevaron a buen puerto. Y, junto a esa constatación, recordar
aquella afirmación de nuestra infancia: que aquello no vuelva a repetirse,
conscientes ya de que somos nosotros –cada uno, independientemente de sus
circunstancias- los que, con nuestras acciones y palabras, decidimos el día a
día. No es el azar, ni la predeterminación, el que hace nuestro camino, sino la
libertad de que gozamos, la misma a la que abdicamos cuando nos dejamos llevar
por la masa.
Esperemos
estar a la altura de las circunstancias. Hay mucho lobo suelto.
Coincido contigo, como para no despistarse un minuto. Hay mucho que hacer, pero sobre todo no perder la calma. Y, ay, las teorías deterministas en literatura nunca han dado buen resultado, aunque te solucionen el dar una clase: es todo tan diáfano, que no puede ser verdad. Si insistes, desaparece la literatura, y cae el pesado telón de la ideología. Saludos.
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