En la segunda
mitad del año 1918, cuando toda Alemania parecía derrumbarse y el pesimismo era
el sentimiento preponderante, la filósofa Edith Stein escribía a su hermana
Elsa: “todo lo que hay de trágico en la hora presente, y que no pretendo
enmascarar, constituye el espíritu que debe ser recuperado”,
Ahora, cuando
España parece derrumbarse y el pesimismo se ha apoderado de la gente, esas
palabras cobran actualidad. En distinto lugar, por causas distintas y entre
gente diferente, las palabras de Edith Stein siguen teniendo un valor
inestimable. Anuncian una posibilidad que se da a la persona, a cada persona de
manera individual e independiente. Una posibilidad que va de abajo a arriba, del
yo a la sociedad para que esta pueda ser transformada. Una posibilidad que
trata de recuperar en lo trágico de la vida una parte del espíritu que habíamos
perdido o, al menos, olvidado. Y, en cuanto trágico, nada tiene que ver con
simples añoranzas, pues no esconde la tragedia motivos para ellas. ¿De qué se
trata, entonces? Creo que se trata, más bien, de recuperar el sentido de la
historia.
Somos protagonistas de una crisis. Podemos pensar que nada tenemos que ver
con sus causas, pero lo único cierto es que no sabemos cómo pararla, que se
viene sobre nosotros después de haber pisado a muchos. Hemos llegado a un punto
en el que podemos -por sus consecuencias- hasta rechazar el curso de nuestra propia
historia, pero ésta avanza inexorablemente. Será un hito en la historia de los
siglos venideros, enunciada quizás como la primera crisis del segundo milenio y
analizada en comparación con la de principios del siglo pasado. Aquella se dio
entre guerras, la actual ha seguido a un tiempo de paz. En cualquier caso, ni
hubo ni hay consuelo para muchos.
Frente a ese pesimismo que algunos han experimentado en su propia carne y
que otros, por motivos ideológicos, siembran y alientan entre la gente, se alza
la posibilidad descrita por Edith Stein: encontrar en lo trágico del momento el
espíritu que debe ser recuperado. “No encerrarse –escribirá más adelante en la
misma carta- en el pequeño tramo de vida que puede abarcarse con la propia
mirada y, sobre todo, no quedarse en lo que aparece claro en la superficie”.
Mirar a la historia, eso es.
Cada cual sabe lo que debe ser recuperado, no será lo mismo para todos,
pero habrá muchas coincidencias. Recuperar algo de entre lo trágico supone la
relación de ese algo con el sacrificio, sacrificio personal, que de eso se
trata.
Estamos, como ante cualquier crisis, en un momento decisivo del desarrollo
del espíritu humano. Y ese espíritu no es una entelequia, es el resultado de la
suma de aquellos valores que hacen a los hombres más humanos. De eso se trata,
en suma, de recuperar lo que la historia enseña, de aquello cuya omisión o
comisión lleva a la tragedia y de aquello que permite salir de la misma.
Porque los problemas de Europa, así como los
de nuestra España, no se resuelven sólo con cambios económicos. Hace falta un
cambio más profundo, hasta las honduras de la mente. Un cambio de mentalidad.
Que es, sin lugar a dudas, el más difícil. La unión fiscal puede resolver el
problema temporalmente, pero no basta para salvar a Europa, porque la vieja
Europa permanecerá herida en sus adentros, en sus convicciones, hasta que no
sea capaz de recuperar lo que la hizo grande. Algo que
tiene más que ver con el espíritu que con la materia, pero que transforma a
ésta.
No
obstante y sin que esto sirva de excusa para no hacer nada, más bien al
contrario, como signo para un esfuerzo esperanzado, pienso que –como escribiera
Salvarani glosando a Edith Stein- tenemos la suerte de que “la vida y la
historia sólo están levemente en las manos del hombre”. Esto sí que es un
consuelo.
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