miércoles, 29 de febrero de 2012

La niña y el hombre (28-02-2012)

Sucedió una noche mientras una niña guardaba sus libros después de hacer sus deberes y un hombre, a su lado, intentaba hacerle ver lo que es estudiar. Una tarea que empieza en solitario, con la conquista del silencio, y continúa al amparo de la concentración.


Salió el hombre de la habitación para volver al instante con un libro en su mano. Abrió el libro por una de las páginas de ejercicios para mostrar las señales que, como muescas en la pared de un prisionero que cuenta el pasar de los días, permitían contabilizar el número de veces que había hecho cada ejercicio. Cruces y equis se amontonaban al lado de cada enunciado.


Después de saber cómo se hacía cada ejercicio –le decía- lo repetía tantas veces como fueran necesarias para llegar a dominarlo. Y se puso a contar: cuarenta y cuatro ejercicios, ciento setenta y seis repasos. Y pasó de página para volver a contar: setenta y cuatro ejercicios, ciento cuarenta y ocho repasos; … ¿Y de dónde sacabas el tiempo?, le preguntó la niña. Lo sabía aprovechar, respondió el hombre. Entre semana, no tenía otra cosa que hacer que estudiar, continuó diciendo. ¿Es que tú tienes alguna cosa más importante que hacer?


Llegaba del colegio, merendaba alargando un poco el solaz y a estudiar. Un descanso para cenar y ver la tele un ratito y, de nuevo, a estudiar. Cuanto antes me lo aprendía, antes podría ir a la cama o dedicar el tiempo a otras cosas. Pero había que aprenderlo. No se trataba de hacer los deberes y ya está. Había que dominar lo que se trabajaba. Machacar, repetir, machacar y repetir hasta hacerlo propio. Y te aseguro niña, que no había mayor satisfacción que irse a la cama con todo aprendido. Y lo veía en los ojos de mis padres, que a veces se acostaban antes, satisfechos de que por lo menos me dejarían unos estudios porque otra cosa no iba a ser.


No tiene colores, dijo la niña saliendo por peteneras. Es cierto, el libro es a dos tintas (negro y rojo) y sólo para los dibujos. Es pequeño, no pesa, volvió a decir la niña. Tampoco era caro, añadió el hombre; tan solo es un libro, un libro de texto. Pero no necesitaba más porque tenía profesores que lo explicaban. Y tenías que ver cómo lo explicaban, continuó diciendo el hombre. Que hasta los colores que no están en el arco iris aparecían adornándolo todo. Pero, no hablemos de colores; allí lo único que importaba era aprenderlo. Y aunque algún profesor se limitara a leer lo que allí ponía era suficiente para saber que había que entenderlo y aprenderlo, aunque fuera solo en casa, marcando cruces tras cada ejercicio.


Mira, niña, le decía el hombre, hay dos cosas incuestionables en la enseñanza y que, sin embargo, creo que hemos olvidado. La primera es que para aprender hay que estudiar y que el estudio supone esfuerzo. ¿Estás cansad, verdad? Entonces, ya sabes lo que es estudiar. ¿No estás cansada? Pues entonces no has trabajado, porque el que trabaja siempre se cansa, siempre hay un desgaste de algún tipo.


La segunda, mi niña, es el profesor o profesora. Es el gran tesoro que, además de ti, tiene nuestra enseñanza. Nunca te permitiré que hables mal de ninguno de ellos, de ninguna de ellas. Suple con tu esfuerzo los pequeños defectos de algunos, pues son hombre y mujeres inmersos en sus propias circunstancias, y aprovecha de aquellos o aquellas que, siendo mayoría, te enseñan lo que tú no desearías aprender pero sin lo cual no harías nada en esta vida.


Sí –se dijo el hombre mientras se alejaba- el gran tesoro de nuestra enseñanza no son los portátiles, ni los proyectores, ni las pizarras digitales, ni internet, ni … Con profesores y profesoras me basta. La mayor riqueza de nuestra enseñanza es la humana, son las personas.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Miércoles de ceniza (21-02-2012)

Mañana es miércoles de ceniza, comienzo de la Cuaresma. Cuarenta días con los que preparar la fiesta por excelencia del cristianismo: la Resurrección de Jesús, llamado el Cristo. Porque si Jesucristo no ha resucitado vana es nuestra fe.


Cada uno de esos cuarenta días se convierte en una oportunidad para no llegar con las manos vacías a ese gran día. Un tiempo de oración, penitencia y limosna que prepara al cristiano para contemplar con provecho ese hecho extraordinario en el que alguien, que está muerto, se devuelve a sí mismo la vida. Acontecimiento que es prueba, a su vez, de la divinidad del resucitado. La pesada piedra que hacía de puerta ha sido corrida y los lienzos con los que se le amortajó están doblados sobre la piedra en la que reposaba. Los soldados romanos que vigilaban dicen con ingenuidad que, mientras dormían, vinieron sus apóstoles y robaron el cadáver. Pero si dormían, ¿cómo vieron que robaban el cuerpo del crucificado?


La mañana de este miércoles tiene un sabor especial. Las misas se suceden y los fieles hacen cola para recibir en la frente la ceniza con la que el sacerdote que la impone les recuerda que son polvo y en polvo se han de convertir. Palabras que nos sitúan ante la realidad inefable de la muerte, así como la de nuestra poquedad. Realidad que, sin embargo, se llena de luz por medio de esa otra realidad, misteriosa realidad, de la resurrección. Y, es que, como decía el filósofo francés Gabriel Marcel, “venimos del misterio (la creación), vivimos del misterio (la Encarnación) y vamos hacia el misterio (la Resurrección)”. Y aunque la liturgia de la misa es hoy sobrecogedora, “las palabras humanas se quedan siempre más acá del misterio de Dios”. Sólo, en el corazón de cada fiel, el silencio de su meditación puede ir más allá de donde las palabras se quedan limitadas, más allá de donde los cantos no alcanzan a expresar lo inefable.


Me gusta asistir en solitario a esta misa, aun cuando me sienta acompañado y reforzado por la presencia de tantos otros, y es porque deseo que nunca acabe, que no haya quien me distraiga a la salida. No que me distraiga de mis pensamientos, sino que me distraiga de Dios, del Dios que va conmigo y que me ha dado de nuevo la oportunidad de recordar lo esencial: que si es verdad que voy a morir, también es verdad que puedo resucitar. Pero, claro, como decía M.F. Kovalska, “resucitaré en Jesús, pero primero tengo que vivir en Él”. Vivir en Él, vivir como Él. O, como señalaba san Francisco de Sales, “nadie va al cielo con los ojos secos”.


Polvo pues, pero “polvo enamorado”, como decían aquellos versos de Espronceda. Y, como enamorado, egoísta a veces, pero generoso y entregado en la mayoría de ellas.


Comienza un tiempo que a mí, en particular, se me hace cuesta arriba y no comprendo por qué hay quienes banalizan las penitencias que recomienda la Iglesia, quizás porque nunca las han intentado vivir, quizás porque todo lo que suene a Iglesia es motivo, para ellos, de chirigota.


A Tomás Moro, ese “recuerda que has de morir” (memento moris) le traía el recuerdo de que tenía que vivir (memento vivere) y así el miércoles de ceniza se torna en miércoles de vida. Pero que tu oración, tu limosna y tu ayuno lo “note, no la gente, sino tu Padre …; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”.


Sacudo la ceniza de la frente, comienza un nuevo día, un nuevo tiempo litúrgico; el mismo horario por fuera, distintos propósitos por dentro.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El nuevo sistema educativo a vuelapluma (14-02-2012)

Siempre he pensado que la EGB y el BUP no eran una maravilla, pero comparados con la LOGSE y la actual LOE aquello se me figura como algo ideal que hay que recuperar. Y ahora que el Gobierno está hablando de una nueva Ley de Educación creo que es el momento de hacerlo.


Sin embargo, ante el desarrollo de los actuales acontecimientos y por lo que se oye o lee en los medios de comunicación, mi temor recae en que se trate tan solo de una reforma y no de una nueva Ley de Educación que traiga consigo no sólo un cambio de la estructura del sistema educativo sino también un cambio de su filosofía. Han sido más de veinte años repitiendo los mismos dogmas (inclusión, constructivismo, igualar por abajo, democracia en el aula, aprender jugando, …) y algo va a quedar, los tics no se desvanecen fácilmente.


Se está hablando mucho del tercer curso de Bachillerato, cuando en otro tiempo a estos tres se sumaba un curso de orientación universitaria (COU), por no hablar de los tiempos en los que hubo seis, además del PREU o COU. Esto es, tampoco es tanto lo que se pretende. Y aunque algunos critiquen que es empezar la casa por el tejado, quiero ver en este argumento la razón para mover hasta los cimientos. Pues mientras que no se apunte a lo esencial, que es recuperar una Secundaria que abandone los métodos infantiles, todo lo que se haga será más de lo mismo.
Debemos recuperar el sentido de la instrucción en la Enseñanza Secundaria donde no pueden tener cabida materias como la Educación para la Ciudadanía, ni esa otra materia que apunta el PP sobre la Constitución, o esas Ciencias para el mundo contemporáneo, por poner algunos ejemplos. Instrucción de un oficio o de un saber intelectual que permita que nuestros jóvenes lleguen bien formados a la Universidad o a los Ciclos Superiores de Formación Profesional.


Hay que volver a una Formación Profesional de grado Medio que transcurra paralela al Bachillerato, facilitando los posibles trasvases que respondan a la maduración vocacional del joven que los solicite. Y, para ello, podría ser útil una prueba de cuyo resultado, al que puede contribuir el expediente del alumno, se siga un consejo orientador inapelable que decida el camino a seguir: ciclo Formativo de Grado Medio o Bachillerato. El estudiante debe tener claro desde el principio que su continuidad en la vida académica no es pura inercia, que lo de la promoción automática fue cosa de tiempos oscuros. Tampoco se puede permitir que un alumno que curse 10 materias, repita con más de 6 suspensas, menos aún que promocione automáticamente. De manera que la repetición, que para el alumno que estudia siempre es eficaz, se debe valorar como una oportunidad que se da a alguien que se la ha ganado.


Pan y circo puede ser cosa que atraiga a todos, pero estudiar es otro cantar. Alzar el grito de “estudio para todos” sólo demuestra ingenuidad; lo correcto es gritar “estudio para todo el que quiera y lo demuestre”. Hemos estado regalando un tesoro de manera indiscriminada, pero ha llegado el momento de entregarlo al que lo aprecie. Es curioso cómo un derecho para todos se ha convertido en una traba para algunos. Porque de la lectura del 35% de fracaso escolar se sigue que de cada 100 jóvenes, 65 de ellos han sido frenados por otros 35 en la adquisición de conocimientos.


Es momento pues de devolver la instrucción a los Institutos y la educación a los padres y madres; una tarea esta última que exige que el Ministerio de Educación (¿) posibilite la suficiente flexibilidad laboral para que estos puedan dedicar tiempo o a sus hijos. Esto sí que sería progresar, ningún padre o madre con la excusa “es que no tengo tiempo”.

martes, 7 de febrero de 2012

Educación y amor a la Iglesia


Hoy quisiera hablar de amor a la Iglesia. Y espero que no se sorprendan de que esta sea mi primera ocurrencia cuando lo previsto, inicialmente, es que hable de educación. Pero es precisamente por esto, porque deseo seguir escribiendo sobre educación, por lo que me veo obligado a empezar por el principio.



El amor a la Iglesia no es un principio en el tiempo, ni siquiera lo es desde el punto de vista bibliográfico. Pues en el principio sólo estaba Dios y la primera fuente bibliográfica al respecto no es otra que la Sagrada Escritura. Dios y su Palabra son el principio. Sin olvidar ese otro principio que coincide con el momento histórico en el que la Palabra de Dios se hizo carne, preámbulo de la vida de la Iglesia a la que pertenecemos.



Entonces, ¿por qué afirmo que hablar de amor a la Iglesia es empezar por el principio de la cuestión educativa? Una pregunta que, si soy capaz de alumbrar, deberán ustedes contestarse. Pero vaya por delante que el amor a la Iglesia demuestra de quién nos hemos fiado y qué hemos elegido como meta. Y, en este sentido, es un principio como es, también, parte del final. Saber de dónde partimos y a dónde queremos llegar es condición necesaria para la realización de cualquier empresa y lo es, en particular, para la gran tarea que nos ocupa: la educación y, más en concreto, la educación cristiana.



Soy consciente de que el ámbito de la educación es amplio, tanto por aquello a que nos referimos con tal palabra como por la diversidad de los sujetos a que se aplica. El educando es un hombre (una mujer) que debe llegar a ser él mismo (ella misma) y, en consecuencia, la educación es en primer lugar un despertar a la humanidad.



Pero, ¿qué se entiende por “humanidad”?, ¿qué se entiende por “hombre”? Son cuestiones esenciales que sólo menciono tangencialmente en la medida en que sirven para enunciar la siguiente realidad: muchos cristianos hemos perdido de vista el hombre nuevo del que habla san Pablo y nos hemos dejado llevar por una idea secularizada de este. Hemos olvidado que el objetivo de la educación cristiana es formar al fiel como hombre nuevo, con una fe adulta, que lo haga capaz de testimoniar en el propio ambiente la esperanza cristiana que lo anima [i].



De manera más general, su santidad Benedicto XVI ha señalado recientemente este hecho en su carta apostólica Porta Fidei [ii] cuando afirma que en los compromisos sociales, culturales y políticos de los cristianos de hoy no sólo no aparece el presupuesto de su fe sino que incluso con frecuencia es negado.



Podemos pensar que el enemigo de la educación que queremos dar a nuestros hijos está fuera, llamémosle ideología socialista, materialista o relativista, y en gran parte es así, pero también el enemigo está en casa, está dentro de nosotros. Un enemigo que se regocija cada vez que cedemos en algún ápice de nuestra fe.



Y es desde la fe desde toma cuerpo mi reflexión sobre el amor a la Iglesia, pues como leemos en el Catecismo: Como una madre que enseña a sus hijos a hablar, y con ello a comprender y comunicar, la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia y la vida de la fe [iii].



Y si tal es la relación entre Iglesia y Fe, ¿qué aprecio debemos manifestar a aquella, nosotros que hemos elegido esa Fe como opción fundamental [iv]?



Cualquier observador imparcial diría que el aprecio debe ser máximo, hasta el extremo. Pero, como deja claro Benedicto XVI en su cita anterior, la claridad de una teoría no implica necesariamente su aplicación práctica. Y, si al inicio de este artículo decía que podía sorprender que comenzara a hablar de educación por el camino del amor a la Iglesia, mayor asombro debe producir que haya que hablar de ese amor a los cristianos. Pero si les hablo de ello es, precisamente, porque falta en muchos de nosotros.



Al llegar a este punto, entiendo que ustedes mismos están pidiendo una aclaración. No reduzco la Iglesia a las personas consagradas, ni a los laicos con una vocación singular; entiendo que la Iglesia está formada (aquí en la Tierra) por todos los bautizados e, incluso, me atrevo a cifrar su constitución en aquella hora décima (las 4 de la tarde) de la que habla san Juan en su Evangelio[v], pues, ¿qué es la Iglesia sino una comunión de vida con Jesucristo [vi]? Pero es verdad que ese amor, que ha de traducirse en unión a todos nuestros hermanos en la fe, quiero referirlo sobre todo al que manifestamos a su Jerarquía, que no es otra cosa –nada más y nada menos- que la continuidad del primer Colegio Apostólico. Y, de manera especial, a las enseñanzas que de ella recibimos.



Hecha la aclaración, me pregunto: ¿con qué respeto hablo de ella?, ¿cómo sigo sus indicaciones?, ¿cómo recibo sus palabras?, ¿cómo me uno a sus oraciones e intenciones?, ¿de qué modo afectan en mi vida sus juicios y criterios? ¿doy gracias por todos los medios que me brinda para alcanzar la propia santificación? (…) Porque, como escribió el cardenal Newman [vii], este es el punto central, (…) y asusta pensar que haríamos exactamente lo mismo que hacemos, ni mejor ni peor, si pensáramos que el cristianismo es una fábula o una simple teoría para placer del intelecto o una religión más.



Es cierto que no hay un único camino en la educación cristiana, y quien diga lo contrario se está sirviendo de la Iglesia en lugar de servirla, como es igualmente cierto que sin amor a la Iglesia no puede haber una buena educación cristiana. En su ausencia, no es que se eduque equivocadamente, sino que no se educa cristianamente en modo alguno.



Acabo con la invocación de una santa (Iglesia triunfante) del siglo XX: ¡Oh Iglesia de Dios, tú eres la mejor madre, sólo tú sabes educar y hacer crecer el alma. Oh, cuánto amor y cuánta veneración tengo para la Iglesia, la mejor de las madres [viii].





[i] S.S. Benedicto XVI. Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, 2007, punto 64.
[ii] S.S. Benedicto XVI. Carta apostólica Porta Fidei, 2011, punto 2.
[iii] CIC 171.
[iv] S.S. Benedicto XVI. Encíclica Deus Caritas est, 2006, punto 1.
[v] Jn 1, 38
[vi] CIC 426.
[vii] J. H. Newman. Esperando a Cristo. Ed. RIALP, 1997, páginas 54-55.
[viii] Santa María Faustina Kowalska. Diario. Ediciones Levántate, 2003, punto 197.




PD.: Esta semana no he enviado artículo a la prensa por lo que, pensando en mis lectores, me he

decidido por colgar este que publiqué el 12-12-2011 en www.religionenlibertad.es

viernes, 3 de febrero de 2012

En la peluquería (31-01-2012)

No hay nada como ir a la peluquería para sondear el ambiente y, aunque en el mes de enero desciende un poco la clientela, sigue siendo un buen referente. Pero, ojo, si quieres que el peluquero sea sincero hay que ir siempre a la misma. Y, aunque se elige la peluquería en función de la calidad del peluquero, los minutos de tertulia que se suceden en el transcurso del corte de pelo son esclarecedores e, incluso, sirven a algunos como terapia de grupo. Decir que esto va mal y escuchar que todavía es peor de lo que uno piensa va siempre de la mano. La peor parte se la llevan los políticos y basta una referencia a los anteriores gobernantes para escuchar la soflama de “todos a la cárcel”. Pero, como en tantas otras cosas, generalizar es un error.


Me llama una amiga para decirme que ha cerrado la tienda, que no hay manera de vender ropa de marca de mujer (íntima, pijamas, biquinis). La venta es pequeña y se la lleva las grandes superficies o los comercios de granel. Y uno piensa que hay productos que van a empezar a desaparecer. Pero sobre todo en que hay personas a las que les resultará difícil encontrar otro trabajo. Y esta es la sociedad de bienestar que nos han legado los anteriores gobernantes y cuya actualidad exigen por medio de sus secuaces. Una sociedad del bienestar en descomposición que en algo más de treinta días de cambio de gobierno ya especula sobre la posibilidad de llegar a los seis millones de parados.


Me encuentro con un antiguo alumno, ingeniero, que dice que tanto él como su mujer están en paro. Tenía trabajo la última vez que le vi, pero se acabó el contrato, como a tanto otros. Por ahora va tirando con “lo del paro”, pero ya se acaba. ¿Y después? Después y ahora, me dice, con el apoyo económico de la familia. Me alegro por él, porque tiene una familia que puede aportarle la prestación económica necesaria. Pero, ¿qué sucederá con esas familias en la que ya no trabaja ningún miembro?


Un amigo me dice estar indignado porque le han quitado la “dependencia” a su padre. Y le digo que me parece muy bien que se la hayan quitado, que son seis hermanos con trabajo y que al padre, en caso de necesidad económica y sin caso, tienen que ayudarle los hijos. Que lo que es indignante es que hayamos estado pagando “dependencias” y residencias geriátricas a los padres y madres de gente que gana suficiente dinero para cumplir con su obligación paterna o materna. Que lo indignante es que paguen otros lo que tú puedes pagar. Y, además, que si es vergonzoso que uno intente ahorrar con el dinero de los demás, más aún es tratar como desheredada a una madre o un padre. La situación es mala, pero peor es el sentido de lo público que tienen algunas gentes.


Mientras pensaba en estos recientes encuentros, el peluquero ha acabado su faena, pero no se me ocurre decirle nada que no tenga que ver con los políticos. Ellos son los causantes de todo, ellos y el excesivo número de funcionarios, claro. El resto es agua bendita.