lunes, 18 de febrero de 2013

Benedicto XVI


Entre pistas nevadas y a un paso de Francia, me refugio en una de las cafeterías del Tarter justo cuando alguien comunica el anuncio de la dimisión de su santidad Benedicto XVI.  La existencia de wifi me permite corroborar la noticia. Minutos después, un amigo me pregunta sobre su veracidad, a lo que respondo con un sí que él apostilla con “creía que era una broma”.
Desde entonces, y a lo largo de toda la semana, escucho y leo -sin avidez- comentarios y opiniones sobre tal decisión. Digo “sin avidez” porque soy consciente del morbo que ha suscitado entre el vulgo, especialmente en el más alejado de la Iglesia Católica (¿por qué será?), y del dolor, mezcla de desconcierto y orfandad, que ha podido producir entre los hombres y mujeres de fe.
Sabedor de que el Espíritu Santo vela sobre la Iglesia y de que ante lo extraordinario -que no depende de uno mismo- la mejor opción es rezar, he procurado mantenerme al margen de toda discusión. No ha sido fácil, pues no hay encuentro en el que no se hable del tema o te pidan opinión. Menos aún cuando hay opiniones contrarias o hay quien pregunta “¿cuáles crees tú que son las verdaderas razones por las que dimite el Papa?”
Las verdaderas razones las dijo en su día el propio Papa. Pueden creerlas o no, pero harían bien en creerlas. Ya es hora de dar de mano a ese siglo de la “sospecha” que pone siempre en duda que uno diga lo que piensa. La trayectoria de este Papa responde a lo contrario, siempre ha dicho lo que piensa, como lo demuestra que -aun a sabiendas de las discusiones que iban a generar sus palabras- no haya tenido inconveniente en decir: “por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. …, el vigor, tanto del cuerpo como del espíritu, …, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.
Se habla de si ha hecho bien o mal al tomar tal decisión y me sorprende que gente como yo –soldado raso me decía un amigo- sea capaz de calificar de buena o mala la dimisión de un Papa. Sabemos que robar o tomar a la mujer del prójimo es malo, como sabemos que perdonar al que nos ofende o dar de comer al que tiene hambre es bueno, pero ¿cómo saber si un Papa obra bien o mal al dimitir de su ministerio? Y lo peor de todo es que se empieza hablando del Papado y se acaba juzgando a un Papa. Nosotros, ¿quiénes somos nosotros para juzgar a alguien? Además, ¿quién de nosotros toma una decisión “después de haber examinado ante Dios reiteradamente su conciencia”, tal como lo ha hecho Benedicto XVI?
Desde que conocí la noticia, mi preocupación no fue la Iglesia –que la sé, repito, en manos del Espíritu Santo- sino el santo Padre. Era evidente lo que iba a suceder, sería el blanco de dimes y diretes. Su decisión sería evaluada con parámetros del siglo. Y hasta habría algunos que la consideraran como una falta de confianza en el Espíritu Santo o, incluso, una huida de la Cruz. Para nada tendrían en cuenta sus razones, “la edad avanzada”, “la falta de vigor de cuerpo y de espíritu”, “las rápidas transformaciones [de un mundo] sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”. Sí, están en lo cierto, yo pensaba que iban a ser precisamente los suyos los que le infligieran mayor dolor. Independientemente de que los otros cargaran sus tintas, de nuevo, sobre el beato Juan Pablo II. Presentarlo como su contrario sería el éxito de sus críticas de antaño. Cuando en realidad son dos formas distintas de comportamiento heroico en dos momentos distintos de la historia de la iglesia.
Benedicto XVI hizo su anuncio casi al inicio de la Cuaresma. Tiempo para la contemplación de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien él mismo recordó aquel día como Sumo Pastor. También Jesús, al inicio de su pasión, dijo: “Todos vosotros os escandalizareis esta noche por mi causa” (Mt). Y, una vez más, es lo que ha sucedido. Y ha sucedido porque nuestra visión sobrenatural sigue estando a años luz de la de nuestros citados Santos Padres.
Por el contrario, tengo para mí que esta dimisión, ejemplo de humildad desde el punto de vista espiritual y cosa lógica desde el punto de vista humano, va a suponer un salto de calidad en la vida de la Iglesia. ¿En qué consiste ese salto?, no lo sé, es cuestión de esperar. Doctores tiene la Iglesia. Aunque está claro, siguiendo con las palabras de san Mateo, que Él irá delante de nosotros a Galilea, tierra de gentiles. Quizás ese salto tenga que ver con una nueva y grande reevangelización tal como el vicario de Cristo, Benedicto XVI, nos propone y vislumbra. Para ello, contamos con su oración como él cuenta con la nuestra.

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