Cuando un discurso lleva a posturas
radicales que engendran violencia, algo
falla en el discurso. Y si, además, dicho tipo de discursos tiene su origen en
la misma persona, algo no va bien en esa persona.
Cuando vi en la tele a Rubalcaba hablando
de la “alarma social” provocada por la supuesta trama de corrupción del partido
Popular, no tuve ninguna duda de lo que vendría después: acoso violento a las
sedes de dicho partido.
Rubalcaba es especialista en este tipo
de situaciones, lo hizo ya en el 2004, en el día de reflexión de unas
elecciones generales y no ha dudado en volverlo a hacer ocho años después. Cuando
no está en el poder, se aprovecha de los momentos de duda para aupar el
extremismo. Él, que tantas verdades oculta, se erige como paladín de la verdad.
Pero si su discurso es irresponsable,
también lo es la actitud de aquellos que pretenden resolver los problemas en la
calle, saltándose a la torera las instituciones pertinentes. Porque la
violencia no es la forma adecuada para que cambien las cosas. Pero esta es la
filosofía de Rubalcaba y adláteres, el fin justifica los medios. ¡Y luego dicen
que todos los partidos son iguales! Podría hacer una relación extensa de lo que
separa al partido del Gobierno del mayor partido de la oposición, pero me lo
reservo para otra ocasión. En todo caso, lo único cierto es que, siendo los
partidos políticos un conjunto de personas, en todos ellos existe la
posibilidad de actuar mal. Algunos se ríen de los pecados capitales, pero
siguen ahí, especialmente la avaricia y la envidia. Bueno, la verdad es que
siguen vigente los siete.
Si tuviera que hablar de “alarma
social” diría que la cara de esta es el paro, el gran número de familias que
encuentran dificultad hasta para satisfacer las necesidades primarias. Esta sí
que es una auténtica “alarma social”, con casi seis millones de parados de los
que, al menos cinco, han sido responsabilidad de Rubalcaba.
A este paro se suma el hecho de que
frente a nueve millones de jubilados, haya sólo dieciséis millones de personas
cotizando a la Seguridad Social. Y, entre medias, es destacable el poco valor
que se da a la descendencia, manifestado en el bajo número de nacimientos y el
aumento de abortos.
En las circunstancias actuales, este
es un país en el que más que cizaña hay que sembrar esperanza y principios
sólidos que fundamenten el actuar de los ciudadanos. Lo que ahora interesa es
fomentar la unidad en lugar del paseíllo incendiario hacia las sedes del
partido que gobierna. Y, ante la disconformidad, para eso está el Congreso y
las próximas elecciones.
Nos estamos jugando la democracia. Que
se castigue a los que se han servido de ella para lograr su propio
enriquecimiento, pero no privemos al resto del orden que el Estado de Derecho
propicia. Hay muchas cosas que mejorar y una de ellas es que no hay que tomarse
la justicia por propia mano. Menos aún cuando todavía no hay nada probado.
Cuando
un discurso lleva a posturas radicales que engendran violencia, algo falla en el discurso.
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