lunes, 4 de febrero de 2013

Discurso y violencia


Cuando un discurso lleva a posturas radicales que engendran violencia,  algo falla en el discurso. Y si, además, dicho tipo de discursos tiene su origen en la misma persona, algo no va bien en esa persona. 
Cuando vi en la tele a Rubalcaba hablando de la “alarma social” provocada por la supuesta trama de corrupción del partido Popular, no tuve ninguna duda de lo que vendría después: acoso violento a las sedes de dicho partido.
Rubalcaba es especialista en este tipo de situaciones, lo hizo ya en el 2004, en el día de reflexión de unas elecciones generales y no ha dudado en volverlo a hacer ocho años después. Cuando no está en el poder, se aprovecha de los momentos de duda para aupar el extremismo. Él, que tantas verdades oculta, se erige como paladín de la verdad.
Pero si su discurso es irresponsable, también lo es la actitud de aquellos que pretenden resolver los problemas en la calle, saltándose a la torera las instituciones pertinentes. Porque la violencia no es la forma adecuada para que cambien las cosas. Pero esta es la filosofía de Rubalcaba y adláteres, el fin justifica los medios. ¡Y luego dicen que todos los partidos son iguales! Podría hacer una relación extensa de lo que separa al partido del Gobierno del mayor partido de la oposición, pero me lo reservo para otra ocasión. En todo caso, lo único cierto es que, siendo los partidos políticos un conjunto de personas, en todos ellos existe la posibilidad de actuar mal. Algunos se ríen de los pecados capitales, pero siguen ahí, especialmente la avaricia y la envidia. Bueno, la verdad es que siguen vigente los siete.
Si tuviera que hablar de “alarma social” diría que la cara de esta es el paro, el gran número de familias que encuentran dificultad hasta para satisfacer las necesidades primarias. Esta sí que es una auténtica “alarma social”, con casi seis millones de parados de los que, al menos cinco, han sido responsabilidad de Rubalcaba. 
A este paro se suma el hecho de que frente a nueve millones de jubilados, haya sólo dieciséis millones de personas cotizando a la Seguridad Social. Y, entre medias, es destacable el poco valor que se da a la descendencia, manifestado en el bajo número de nacimientos y el aumento de abortos.
En las circunstancias actuales, este es un país en el que más que cizaña hay que sembrar esperanza y principios sólidos que fundamenten el actuar de los ciudadanos. Lo que ahora interesa es fomentar la unidad en lugar del paseíllo incendiario hacia las sedes del partido que gobierna. Y, ante la disconformidad, para eso está el Congreso y las próximas elecciones.
Nos estamos jugando la democracia. Que se castigue a los que se han servido de ella para lograr su propio enriquecimiento, pero no privemos al resto del orden que el Estado de Derecho propicia. Hay muchas cosas que mejorar y una de ellas es que no hay que tomarse la justicia por propia mano. Menos aún cuando todavía no hay nada probado.
Cuando un discurso lleva a posturas radicales que engendran violencia,  algo falla en el discurso.

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