Al debate sobre la corrupción, debate
tan antiguo como el mundo, sólo se me ocurre añadir lo que acabo de leer de
Etty Hillesum: “No veo otra solución que adentrase dentro de sí mismo y
exterminar toda esta corrupción. No creo que podamos mejorar en algo el mundo
exterior, mientras no hayamos mejorado primero nuestro mundo interior”.
La idea de que el todo es la suma de
muchos pocos y que la calidad de éstos se transforma en calidad del todo, es la
idea madre. No es que haya que ser perfecto para mejorar lo exterior, porque en
tal caso nunca estaríamos en disposición de hacerlo, pero sí que debe haber un
intento de mejora personal. Coherencia se llama a esto. Pero coherencia también
en lo que los otros no ven o no tienen capacidad de comparar. Sanear el mundo
interior, el de los pensamientos, ideas, intenciones, deseos, …, el de los
diálogos con ese que siempre va conmigo que diría Machado.
“El mundo necesita de lo interior
-escribió el profesor Albareda-, en el sujeto y en el medio, en hombres y en
edificaciones. Casa adecuadas, calor de hogar, espíritus que piensan, estudio
que no desemboque en vano escaparate, vida que sea vida, porque hoy la vida
tanto se ha agostado en exterioridad, que para designarla hay que decir vida interior”.
Mundo interior, dice Etty; vida
interior, dirá Albareda con los clásicos. Pero algunos, como oyó decir Gustave
Thibon, pueden pensar que son nociones anticuadas para un siglo en el que priva
el dinamismo y la eficacia; en el que sólo la acción y la distracción pueden
hacer que nos sintamos vivos. Sin embargo, ¿no es verdad que cuando en las
actividades exteriores ponemos toda el alma, es decir, cuando las fecundamos
con nuestra vida interior, parece que la vida está lograda? Y, por el
contrario, ¡qué sensación de vacío e inseguridad cuando, sin pasar por nuestros
adentros, repetimos lo que otros piensan, dicen o hacen!
El agotamiento de la calidad interior
lleva a la uniformidad, que tanto se da en nuestro tiempo, y segrega
aburrimiento, añadirá Thibon. También Schumacher dirá que la vida parece aburrida
“si las ideas que llenan nuestra mente son insignificantes, débiles,
superficiales e incoherentes”. Y es que ese mundo interior depende de las ideas
que lo nutren. En ocasiones, como lo muestra la rica vida interior de tanta
gente sencilla, bastará con meditar sosegadamente las tareas cotidianas
atreviéndonos -en el decir de García Hoz- a traspasar la corteza de las
impresiones hasta llegar al fondo del ser “donde habita la verdad de su vida,
esa vida interior, que, por añadidura, enseña a apreciar con justeza lo que las
cosas y los hombres son”. Otras veces habrá que alimentarlo con la reflexión y
el estudio.
El mundo exterior sólo tiene ojos para
la corrupción política si esta tiene que ver con el dinero (al menos en España,
que no en otros lugares), pero es el mundo interior el que hace ver que hay
muchos otros tipos de corrupción, no tan espectaculares pero sí más nefastos.
Corrupción en los conceptos, en las palabras, en las ideas, en las acciones, polvos
que traen estos lodos.
Decía Etty Hillesum que hay “que
adentrase dentro de sí mismo” y recordé el “¡Adentro!” unamuniano. En aquel
texto epistolar, don Miguel aconsejaba: “Deja eso de delante y atrás, arriba y
abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendentes, que se mueven
en el espacio exterior tan sólo, y busca el otro, tu ámbito interior, el ideal,
el de tu alma… Reconcéntrate para irradiar; deja llenarte para que reboses
luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los
demás todo entero e indiviso”. Yo no añado nada.
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