martes, 12 de febrero de 2013

Nacer mujer


"Nacer mujer en el Sur" son las primeras palabras de un artículo que cuenta cómo Manos Unidas trabaja en proyectos que pretenden un futuro digno para niños de 50 países del Tercer Mundo, así como la promoción de la mujer. Y uno que, después de ver el telediario piensa que todo va mal y que cada uno va a la suya, cae en la cuenta de que hay cosas que todavía están peor y a las que hay gente que dedica tiempo y dinero por cambiarlas.
Cosas que, aunque parezcan lejanas, se dan no sólo en el Sur, sino también en el Este, en el Oeste, en el Norte y en el Primer Mundo. Porque eso de nacer es ya difícil en cualquier parte del mundo. Y si, por ejemplo, es difícil nacer mujer en China, también lo es  para aquellos cuyo diagnóstico prenatal da una alta posibilidad de ser niño de Down o de no poseer los ojos o el pelo deseado por sus padres. Un ejemplo este último que, aunque suene a película de ciencia-ficción, se ha dado al menos en Inglaterra. Por no hablar del niño medicamento, concebido como objeto, como cosa útil, no deseado por sí mismo sino cosificado ya en el vientre materno. Y es que en este mundo hay muchas cosas que deben ser, de nuevo, dignificadas. No quiero decir que haya que inventar algo nuevo para conseguirlo sino que hay que desenterrar aquello que hace digno de ser a cada hombre, independientemente de sus circunstancias.
Unos amigos que habían adoptado una niña China me hablaban de la cultura de aquel país, una cultura milenaria que daba a la hija un papel secundario y que tantas penosas consecuencias, como todos saben, conlleva el hecho de nacer mujer. Y pensaba yo en nuestra cultura cristiana con los datos recientemente leídos del libro de A. G. Hamman. Una frase me venía una y otra vez a mi mente, el grito que el martirio de santa Perpetua arrancó del pagano Libanios: "¡Qué mujeres encuentra uno entre los cristianos!" Y el comentario con el que Hamman concluye el capítulo: son ellas las que nos salvan de la apatía y la mediocridad. Toda la historia judeo-cristiana está repleta de mujeres de este tipo y, aún hoy, cuando el mensaje cristiano está tan diluido, no hay duda de que esta grandeza de la mujer ha superado los siglos. Hasta el punto de que, como dice algún autor moderno que ya es un clásico, parece sorprendente que haya hombres tan hombres cuando su formación recae casi al cien por cien sobre mujeres, sus madres.
Con todo, ¡qué difícil es la vida -si consigue tenerla- para aquella que nace mujer! Y no hace falta ir a otro mundo para advertir la lucha interna por la que atraviesan las mujeres. Y lo paradójico es que son otras las que se lo ponen difícil denigrando la maternidad, criticando la vocación de todas ellas por sacar adelante una familia. Tengo claro que, a diferencia del hombre, la mujer es capaz de hacer dos cosas a la vez. Tanto en la vida doméstica como cuando realiza algún trabajo fuera del hogar. Y que ese ejercicio profesional fuera del hogar exige que el hombre complete su ausencia. Pero, por mucho que se diga, la mujer sigue siendo el alma del mismo. Tiene un don, quizás porque ella misma es un don, que la hace irremplazable.
Nacer mujer en el Sur o en el Este bien merece cualquier tipo de apoyo, quizás más que en el resto del mundo por las barbaridades que contra ellas se ejercen, pero no podemos olvidar a las que nos son próximas, su esencia sigue exigiendo el darse, que es el secreto para sacar al mundo de su mediocridad.  

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