"Nacer mujer en el Sur" son
las primeras palabras de un artículo que cuenta cómo Manos Unidas trabaja en
proyectos que pretenden un futuro digno para niños de 50 países del Tercer
Mundo, así como la promoción de la mujer. Y uno que, después de ver el
telediario piensa que todo va mal y que cada uno va a la suya, cae en la cuenta
de que hay cosas que todavía están peor y a las que hay gente que dedica tiempo
y dinero por cambiarlas.
Cosas que, aunque parezcan lejanas, se
dan no sólo en el Sur, sino también en el Este, en el Oeste, en el Norte y en
el Primer Mundo. Porque eso de nacer es ya difícil en cualquier parte del
mundo. Y si, por ejemplo, es difícil nacer mujer en China, también lo es para aquellos cuyo diagnóstico prenatal da
una alta posibilidad de ser niño de Down o de no poseer los ojos o el pelo
deseado por sus padres. Un ejemplo este último que, aunque suene a película de
ciencia-ficción, se ha dado al menos en Inglaterra. Por no hablar del niño
medicamento, concebido como objeto, como cosa útil, no deseado por sí mismo
sino cosificado ya en el vientre materno. Y es que en este mundo hay muchas
cosas que deben ser, de nuevo, dignificadas. No quiero decir que haya que
inventar algo nuevo para conseguirlo sino que hay que desenterrar aquello que
hace digno de ser a cada hombre, independientemente de sus circunstancias.
Unos amigos que habían adoptado una
niña China me hablaban de la cultura de aquel país, una cultura milenaria que
daba a la hija un papel secundario y que tantas penosas consecuencias, como
todos saben, conlleva el hecho de nacer mujer. Y pensaba yo en nuestra cultura
cristiana con los datos recientemente leídos del libro de A. G. Hamman. Una
frase me venía una y otra vez a mi mente, el grito que el martirio de santa Perpetua
arrancó del pagano Libanios: "¡Qué mujeres encuentra uno entre los
cristianos!" Y el comentario con el que Hamman concluye el capítulo: son
ellas las que nos salvan de la apatía y la mediocridad. Toda la historia
judeo-cristiana está repleta de mujeres de este tipo y, aún hoy, cuando el
mensaje cristiano está tan diluido, no hay duda de que esta grandeza de la
mujer ha superado los siglos. Hasta el punto de que, como dice algún autor
moderno que ya es un clásico, parece sorprendente que haya hombres tan hombres
cuando su formación recae casi al cien por cien sobre mujeres, sus madres.
Con todo, ¡qué difícil es la vida -si
consigue tenerla- para aquella que nace mujer! Y no hace falta ir a otro mundo
para advertir la lucha interna por la que atraviesan las mujeres. Y lo
paradójico es que son otras las que se lo ponen difícil denigrando la
maternidad, criticando la vocación de todas ellas por sacar adelante una
familia. Tengo claro que, a diferencia del hombre, la mujer es capaz de hacer
dos cosas a la vez. Tanto en la vida doméstica como cuando realiza algún
trabajo fuera del hogar. Y que ese ejercicio profesional fuera del hogar exige
que el hombre complete su ausencia. Pero, por mucho que se diga, la mujer sigue
siendo el alma del mismo. Tiene un don, quizás porque ella misma es un don, que
la hace irremplazable.
Nacer mujer en el Sur o en el Este
bien merece cualquier tipo de apoyo, quizás más que en el resto del mundo por
las barbaridades que contra ellas se ejercen, pero no podemos olvidar a las que
nos son próximas, su esencia sigue exigiendo el darse, que es el secreto para
sacar al mundo de su mediocridad.
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