lunes, 15 de abril de 2013

Los nuevos hobbits


Cuando Gandalf el Gris se presentó ante Bilbo para proponerle una aventura, éste no dudó en responder que ni él ni ningún otro hobbit de la Comarca estaría dispuesto a acompañarle. Los hobbis amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra; gustaban de los placeres de la mesa, de la cerveza y de las reuniones familiares entre el humo de una buena pipa. Pero si hoy es un pueblo conocido es precisamente porque primeramente Bilbo y, después, Frodo, Sam, Merry y Pippin, salieron de la Comarca, más allá del Brandivino, para participar en la gran epopeya de la Tierra Media. Y si hoy los hobbits siguen disfrutando de la paz y la tranquilidad es porque éstos últimos decidieron arriesgar su seguridad.
Los años de Bienestar nos han hecho un poco hobbits. En general, nos hemos afianzado en el terruño y hemos desterrado cualquier proyecto que supusiera alejarnos de nuestra rutinaria y local comodidad. Al fin y al cabo, siempre había alguien que nos cubría las espaldas. Mi propia generación, ya aburguesada, fue tratada entre algodones por su generación precedente, una generosa y sacrificada generación que habiendo conocido la precariedad no estaba dispuesta a que se repitiera en sus descendientes.
En aquellos días era difícil encontrar a alguien que no tuviera parientes o conocidos que emigraran en busca de trabajo. En mi tierra lo hicieron preferentemente a Francia, aunque también los hubo quienes fueron a Alemania, Suiza e, incluso, a New York, Venezuela o a la Argentina. Todavía llegan cartas de los descendientes de aquellos que se quedaron. Como llegan los cuestionarios que darán fe de vida de aquellos que volvieron y continúan cobrando sus pensiones. Pero mi generación tuvo la suerte de ver cómo disminuyó, hasta desaparecer, el drama de la emigración. Como ha conocido también su contrario, el drama de la inmigración.
No obstante, han bastado cincuenta años, desde aquellos sesenta, para que la historia se repita en parte. Y motivos no faltan. Con los últimos datos, el tanto por ciento de jóvenes de entre 15 y 29 años que ni estudia ni trabaja es el 21,1 en España, el 15,4 en la UE y el 9,7 en Alemania.
Evidentemente, entre estos “nini” hay muchos que estarán echando currículos mientras perfeccionan su saber, aunque por no realizar estudios oficialmente reconocidos no pueden dejar de formar parte de la citada estadística. En cualquier caso, son jóvenes que nunca han tenido un primer empleo y que viven del apoyo familiar. Uno más en la familia en un momento en el que cada vez un mayor número de ellas se encuentra en situación precaria.
Surge, de nuevo, la cuestión de la emigración, con la diferencia de que ahora la mayoría de los jóvenes cuestionados tienen estudios y cualificaciones profesionales superiores. Además de que, precisamente, es la posesión de alguna cualificación lo que lleva aparejado toda oferta. Lo otro es el idioma.
No es el mismo drama de antes. No es embarcarse hacia lo desconocido sin oficio ni beneficio. Nuestros jóvenes conocen idiomas, algunos de ellos han disfrutado de un Erasmus y han tenido la experiencia de vivir en otros países europeos. Sólo tienen que responder a unas ofertas que les obligarán a dejar el terruño, a la familia, …, durante un tiempo al menos. Y vuelve el drama, si no para ellos, sí para sus familias. Y si se van, se preguntan, ¿volverán? Mi hermano no volvió.
El mundo ha cambiado, no es esto lo que esperábamos. Queríamos a nuestros hijos cerca, queríamos jóvenes preparados para levantar el país. Y, ahora, hijos jóvenes preparados se van lejos a dar lo que aquí han aprendido. Y esto es una manera de contemplar lo que sucede. La mejor manera de escribir un drama.
Pero hay otra forma de ver las cosas. La que contempla la realidad del momento. Aquí hay un drama no escrito, sino viviente. Gran parte de una generación preparada puede perder la oportunidad de ejercer algún oficio. Si salir fuera supone salir del drama, hay que salir. Si, además, esa salida se hace con la intención de volver, mejor que mejor. Vendrán como agua de mayo.
Salir conlleva aprender un idioma, conocer nuevas culturas, perfeccionar el propio oficio, aprender de la mentalidad empresarial de otros países, hacer currículum. Pero, sobre todo, trabajar y aprender a vivir con los propios medios. Traer dinero a casa, independizarse, hacerse un hombre o una mujer, madurar.
¿Quién, a los veintitantos años, no ve en todo ello una oportunidad? Pues si hoy escribo esto es porque los hay. La comodidad no sólo nos ha hecho como hobbits, sino que también nos ha impulsado a educar a nuestros hijos para serlo. Por suerte, de vez en cuando surge un Bilbo o un Frodo o, mejor aún, un Sam. 

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