lunes, 22 de abril de 2013

Obsesión


No es por la fe, sino por la razón por la que se llega a la conclusión de que el aborto voluntario es un mal para la humanidad. Detrás del derecho a la vida del concebido hay una sucesión numerosa de derechos que se justifican en función de éste. La imagen de las fichas de un dominó puestas de pie una detrás de otra es una buena imagen. Al empujar la primera, caerán todas las demás. Cuando se da luz verde al aborto, caen todos los derechos humanos que le siguen. Cae hasta la mujer. La que junto con el concebido es, en muchas ocasiones, la otra inocente.
Separar la razón del debate es lo que pretenden algunos cuando para mantener la Ley Aído invocan los acuerdos Iglesia-Estado. O admites pulpo como animal de compañía o me llevo el juego. Toda una ofensa a la razón, además de una muestra de desprecio hacia aquellos que, perteneciendo a otra religión o careciendo de ella, defienden la vida del concebido. Porque pensar que los únicos defensores del concebido son los católicos es, por lo menos, un reduccionismo.
Apuntan, como ya se vislumbraba al final de la anterior legislatura, a la libertad religiosa. Y más en concreto a la de los católicos, que para más inri son mayoría. Y todo porque temen que les sea adversa la razón de número que permite legislar a la Democracia. Saben que son menos en la cámara baja y que pueden perder. Pero ni les importa la razón, ni el número cuando este no les es favorable. Que es como decir que les importa poco la Democracia. No hay paz en las calles cuando ellos pierden. Comienza un tiempo de acoso. Y esto dice mucho en contra de la alta estima que dicen tener a la Democracia.
Pero es más, ¿creen que los defensores del derecho a la vida del concebido van a abdicar de su razón para conservar los acuerdos Iglesia-Estado? Acaso, ¿deja de moverse una parte del cuerpo mientras que intentan inmovilizarle la otra? Evidentemente, no. Forcejeará con todas sus fuerzas hasta mover el cuerpo entero.
La única atadura que acepta la libertad es la de la responsabilidad que implica el bien común. Pero este no es como un barco a la deriva, desorientado a merced de fuerzas extrañas que lo llevan de aquí para allá. Tiene su norte, el anclaje necesario y los aparatos suficientes para llevarlo a buen puerto, entre los que destaca el valor absoluto de la persona humana.
El Derecho a la vida es el primer derecho. Cuando este se obscurece, se nublan los otros. Sin él, el valor de la persona humana queda cogido como por alfileres. Porque, si se tira por la borda al inocente, ¿quién no irá detrás? Todo lo que vemos o sobre lo que se puede ejercer algún poder, puede ser empleado como medio. Sin embargo, sólo el hombre (varón y hembra) es fin en sí mismo. Utilizarlo como medio es cosificarlo. Y este pensamiento kantiano expresa la cima de la ética occidental.
Pero no nos perdamos en digresiones. No es la sinrazón la que lleva a algunos a cuestionar la libertad religiosa para obtener el aborto voluntario, que es lo que representa de facto la Ley Aído. Es la obsesión. La obsesión por quitarse de en medio a los que no piensan como ellos. Primero a los católicos, después al resto.

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