Resumen de mi conferencia del pasado
28 de junio con motivo de la presentación de la Fundación Diocesana de
Enseñanza Virgen de los Llanos.
Quiero
manifestar mi apoyo a don Enrique Encabo, Presidente de la Fundación, y a todas
las personas que trabajan con él, pues me parece admirable la labor educativa
que realizan.
Algún
cajaliano podría decir que hay que tener mucha fuerza de voluntad para llevar
adelante lo que aquí se proponen, pero todos sabemos que no basta la fuerza de
voluntad, que lo que impregna esta labor es el Amor de Dios, la Caridad
(digámoslo sin complejos), pues sin ella serían insuficientes los principios de
trabajo y perseverancia de los que hablaba don Santiago Ramón y Cajal. Al
menos, para la mayoría de los mortales.
El
trabajo de esta Fundación está en la línea de la emergencia educativa que postuló Benedicto XVI y de esa nueva
concienciación de las familias sobre su “derecho
preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”
(DUDH, art. 26.3), así como de “la
libertad de creación de centros docentes” que reza nuestra Constitución (art. 27,6).
Estos
tres elementos (emergencia educativa, derecho preferente de los padres y
libertad de creación de centros) van a ser los ejes del sistema de referencia
en el que me voy a mover. Cualquier punto que trate aquí, va a dar por
supuestas estas coordenadas.
Pero,
sobre todo, esta Fundación es consecuencia de la exigencia evangélica “Enseñad a todas las gentes” (Mt 28,19) que no hay poder
terreno que pueda legítimamente obstaculizar o impedir. Se trata de una misión
universal.
Libertad
de enseñanza
Junto
a la invitación a hablar, me sugirieron que lo hiciera sobre la libertad de
enseñanza, por lo que mi primera reflexión fue: ¿cómo es posible que, en pleno
siglo XXI, haya que hablar de ello?, ¿todavía estamos ahí?, ¿qué se me escapa?
Porque tengo para mí que siempre que hay que
invocar la libertad para la realización de algo es porque o no se da o porque
está en peligro.
En
este país, ¿hay libertad de enseñanza?, ¿está en peligro?, ¿qué hay de todo
esto?Independientemente
de que nuestra Constitución (art. 27.1) afirme que “Todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de
enseñanza.”, no puedo dejar de hacerme las siguientes preguntas:
- ¿Tienen
los padres libertad para decidir el tipo de educación que desean para sus
hijos? (Lo que no incluye sólo si los padres pueden impartir un
determinado tipo de educación, sino si todos los que colaboran en esa
educación imparten la misma educación que aquellos).
- ¿Pueden
los padres elegir libremente el centro educativo en el que escolarizar a
sus hijos? (Que es un modo de elegir el tipo de educación)
- ¿Tienen
las personas físicas y jurídicas libertad para crear y dirigir centros
educativos y dotarlos de un ideario o proyecto educativo propio?
(A estas tres preguntas
podría añadir las relativas a la libertad del educando para recibir la
educación que quiere y la libertad de cátedra del profesorado, pero no voy a
tratarlas aquí.)
Mi
respuesta a todas ellas es NO. Y la justificación de mi negación está en que en
España se prima un tipo de escuela sobre las demás. Lo que implica también que
se prima a unos ciudadanos en perjuicio de otros.
En
España hay unos ciudadanos de primera, cuyos hijos reciben gratis la educación,
y unos ciudadanos de segunda que o la pagan de su bolsillo o tienen que
mendigar a la Administración correspondiente el dinero para costearla.
Lejos
de toda perspectiva constitucional, hay padres que no pueden plantearse un tipo
distinto de educación a la que ofrece la uniformada escuela pública. Y si bien es
cierto que en toda ciudad pueden verse distintos modelos de centros educativos,
la realidad es que tales minoritarios centros sólo sirven para mostrar al
exterior la gran mentira de una pluralidad que no existe, que no es real. Porque,
si no se ofrecen como alternativa, si no se puede optar a ellos en las mismas
condiciones que a los otros, es que no existen. No, al menos, para la libertad.
El
éxito de la escolarización obligatoria hasta los 16 años que tanto se pregona es
el éxito para unos pocos que han conseguido que sus ideas y concepciones del
hombre y el mundo se impongan a una mayoría. Es el éxito del amaestramiento. Porque
el derecho a la educación no es el derecho a tener un “pupitre”, sino el
derecho a un tipo de educación. (¡Usted deme la educación que quiero, el pupitre
lo pongo yo!).
Hoy,
que tanto gustan algunos en ofrecer estadísticas comparativas sobre el gasto
público que en educación realizan otros países, ¿se ha preguntado alguno de
ellos sobre la pluralidad educativa real
que hay en aquellos países?
Amigos
míos, hasta ahora nos hemos rascado el bolsillo para dar a nuestros hijos la
educación que queríamos, pero el aire fresco de la libertad de educación que
viene cruzando los Pirineos anuncia que ha llegado el tiempo de luchar con argumentos
para que dicha libertad, que pregona nuestra Constitución, se convierta en una
realidad.
(Continuará)
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