Tendría
Jesús casi dos años cuando llegaron a Belén los Magos de Oriente, pues el rey
Herodes “mandó matar a todos los niños de Belén y sus alrededores, de dos años
para abajo”. Pero no podemos concretar más. Lo cierto es que la Sagrada Familia
no vivía ya en la gruta sino en una casa; de lo contrario, no hubiera escrito
Mateo: “Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre”. Pasados los días
del censo quedarían libres algunas casas o habitaciones que, a tenor de la
buena nueva de los pastores, ofrecerían gustosos a la joven familia.
Es curioso que, en un tiempo en
el que el varón recibía la mayor consideración, no se mencione a san José, el
esposo, el hombre de la casa. Podemos suponer que no estuvo presente. Más aún
porque no lo omite Lucas al narrar la adoración de los pastores: “encontraron a
María, a José y al niño reclinado en el pesebre” (Lc 2, 16). Estaría fuera cumpliendo
algún encargo o más adentro o aserrando algún tronco de madera ya en la terraza
o en un local vecino. O quizás, sencillamente, sí estaba pero Mateo, también escribiente
de Dios, no lo menciona. Y si me dejo llevar por el espíritu, me inclino por
esto último. Sí estaba, pero apartado de ellos, más atrás, cumpliendo su papel
de “sombra del Padre”[i].
Muchos
vecinos serían testigos de esta escena, tanto los primeros en verlos llegar al
pueblo como otros tantos que irían añadiéndose de camino a la casa de la
Sagrada Familia. Sorprendidos y curiosos por la exótica visita se fueron
agrupando alrededor de la puerta de aquella santa casa dando muestras de asombro
cuando “postrándose le adoraron”. ¿Quién era ese niño?, se dirían. Y algunos
recordarían lo que, tiempo atrás, los pastores habían “dicho acerca de este
niño” (Lc 2, 17).
¿Qué información tenían? Bastó
que le vieran para postrase. Ni siquiera se echaron atrás a la vista del
pequeño pueblo de Belén. Pudieron pensar que Herodes les había engañado enviándolos
allí, que su larga peregrinación había sido en vano. Sin embargo, postrándose,
le adoraron. ¿De dónde procedía tan grande confianza?
Sabemos que a los pastores les
habló un ángel, pero desconocemos la forma del mensaje dado a los Magos. Ahora
bien, tanto unos como otros recibieron una señal. El ángel dijo a los pastores:
“encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (Lc 2,
12). Los magos, por su parte, seguían a una estrella “y la estrella que habían
visto en Oriente iba delante de ellos”.
Puede sorprender la manera de actuar de Dios,
cómo pone las cosas más fáciles a unos que a otros para obtener el mismo
premio. Los pastores pernoctaban al raso por aquellos contornos, los Magos en
cambio vivían lejos. Ese “vayamos a Belén y comprobemos este mensaje” (Lc 2,
15) era relativamente fácil para los pastores, no así para los Magos que venían
de lejanas tierras. “Presurosos”, por caminos y sendas, los pastores comprobaron en poco tiempo la
veracidad del mensaje, mientras que los Magos debieron recorrer caminos
peligrosos, infectados de ladrones, en pleno esplendor del imperio romano donde
sólo cabía un rey: César Augusto. Y aun así lo consiguieron: “al ver la
estrella se llenaron de alegría”. Pero la diferencia no está sólo en la
distancia, sino también en el mensaje. Una imagen con palabras es explícito,
claro, pero una estrella … No obstante, pensar que “pone las cosas más fáciles
a unos que a otros” es desconocer el modo de actuar de Dios, su pedagogía para
con los hombres.
Primeramente, porque se olvida su
capacidad de elección y su justicia[ii].
Hasta ese momento tenía una alianza con un pueblo al que eligió porque quiso. Y
los pastores formaban parte de ese pueblo, no así los Magos. Les había hecho
una promesa y la cumplía. Y por la promesa nació en Belén, cerca de los
pastores, lejos de los Magos. Antes les había hablado por los profetas, ahora
les hablaba con claridad, sin sombras, mediante la carne. Y desde ese momento,
“al llegar la plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4), preparó una nueva alianza que
sería para todos los pueblos, significados éstos en los Magos. En segundo
lugar, porque es precisamente en la forma diferente del mensaje donde descubrimos
la sabiduría de Dios que habla a cada cual según su lenguaje, según sus
entendederas. A los pastores mediante la palabra, a los Magos mediante las
estrellas: “hemos visto su estrella en el Oriente”.
Empecemos por la señal. Bien conocemos los
matemáticos que, dos mil años antes de la Natividad, los pueblos mesopotámicos poseían
elevados conocimientos en astronomía y astrología. Los grados sexagesimales son
una de sus más conocidas aportaciones. Por eso, es fácil imaginar que nuestros
Magos de Oriente eran expertos en ellas. Antes de que Dios dijera a Abrahán:
“mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas” (Gen 15,5), las tenían como
objeto de estudio. Las miraban, las contaban y estudiaban sus desplazamientos. Y
cuando en el mismo diálogo Dios añade: “así será tu descendencia”, cabe
entender que refiere cantidad, pero no es de extrañar que para quien busque
algo más pueda significar también venida: “nos visitará naciendo de lo
alto” (Lc 1, 78). Y nuestros Magos, indudablemente, buscaban algo más en su estudio
de las estrellas. Entonces, ¿fue este significado, el de venida, el que
movió a los Magos? Benedicto XVI cita una profecía del pagano Balaam que es posible
que circulara fuera del judaísmo[iii]
y que, por tanto, pudo ser conocida por los Magos: “lo veo, pero no es ahora,
lo contemplo, pero no será pronto: Avanza una estrella de Jacob, y surge un
cetro de Israel…” (Nm 24, 17).
En cualquier caso, tanto este
texto como otros que manejaran los Magos no son tan decisivos como la inspiración
y la actitud que manifiestan. De hecho, también los príncipes de los sacerdotes
y escribas del pueblo hallaron la profecía de Miqueas por la que interpretaron
que era Belén de donde “saldrá un caudillo que regirá mi pueblo Israel”. Pero,
por mucho que conocieran las escrituras sólo fueron capaces de ubicar el lugar
de la venida, que no el tiempo, después de ser reunidos por Herodes. Y esto fue
así porque no recibieron inspiración alguna, ni mostraron la actitud de los
Magos. Aquellos esperaban sin esperar, eran eruditos, pero no sabios. Estos, en
cambio, …
Desde luego que lo eran, me
reafirmo al comprobar que Mateo los llama magos, nombre por el que eran
conocidos. Magos, astrónomos, hombres de ciencia que quizás vivían de sus
predicciones astrológicas -hechas a reyezuelos, comerciantes o sacerdotes- que
no de sus teoremas, pues la teoría da luz pero sólo su aplicación da de comer.
Tenían pues un oficio por el que eran conocidos, lo que introduce un elemento
atemporal que los hace próximos: el trabajo.
Pero no eran únicamente
astrónomos, porque sólo sigue una estrella el “hombre de una cierta inquietud
interior, un hombre de esperanza, en busca de la verdadera estrella de la
salvación”[iv].
Y en aquella época, marcada por los dioses, el aire estaba impregnado de
espera. Se esperaba algo que volviera a dar “al género humano el frescor de un
nuevo comienzo”[v]. Las
profecías judías, extendidas a lo largo y ancho del Imperio, habían creado tal
expectación que era difícil no percibirla. El Imperio iba a “dar cabida a otra
cosa mayor y mejor”[vi]. Y
entre los hombres que “oyen venir” este cambio están nuestros Magos.
Por eso hemos dicho que no eran
sólo astrónomos, sino que también eran hombres de profunda vida interior,
buscadores de la verdad, filósofos de antaño. Vida interior a la sombra de una
Presencia que les inquietaba con sus preguntas acerca del sentido de la vida,
del misterio escondido en la Naturaleza: ¿azar o necesidad?, ¿libres o
determinados?, ¿por qué hay mayor satisfacción al dar?, ¿existe la justicia?,
¿qué será de los pobres y humildes?, ¿somos juguetes de los dioses? ¿Quién o
qué eres, oh, Presencia oculta?
Los imagino rodeados de tablillas de arcilla
con sus singulares letras cuneiformes, de textos enrollados, ya de piel o
papiro, provenientes de los lugares más diversos del Imperio. Contemplo el
paciente trabajo de investigación que alternan con una perseverante observación
celeste. Y concluyo: trabajo bien hecho en medio de una intensa inquietud
interior a causa de la esperanza en una venida. La ciencia de la Naturaleza en
busca de la “ciencia de la salvación” de la que hablará con posteridad Zacarías
(Lc 1, 77). Conocer para saber, saber para ser.
Sigamos imaginando: mientras
mantenían esta actitud de trabajo y oración ante la sombra de la Presencia, algo
sucede en los cielos. ¿La conjunción de Júpiter, Saturno y Marte? No sabemos,
hay muchas hipótesis, pero me decanto por la más sencilla, la más textual:
apareció una estrella. Apareció significa que no la vieron llegar, que no
estaba allí antes. ¿Una nueva estrella? Lo cierto es que debió darse algo
excepcional. Pero ya dijimos que esto no era suficiente para ponerse en camino.
Lo más extraordinario se debió producir después, mientras intentaban
interpretar aquel fenómeno cuya coordenada temporal siempre recordarán con
“exactitud”. No fue nada exterior, sino interior, por eso resulta difícil
describir. ¿Era la señal que estaban esperando?
He dicho que lo extraordinario
vino después, pero pudo ser simultáneo. En cualquier caso, es el proceso de la
vocación, de la llamada, del “llamado” que gusta decir al Papa Francisco. Una
luz interior que clarifica y simplifica a la vez. Con ella, todo lo exterior se
recompone, se renueva, adquiere sentido. Así, lo que no es significativo para algunos
se convierte en señal para otros. Deslumbramiento, moción interior del Espíritu
que anima a la voluntad a elegir generosamente. Después viene el miedo ante la
conciencia de la propia pequeñez, la duda razonable que no lleva razón: “¿cómo
vamos a creer que nuestros oídos han sido dotados precisamente para recibir el
mensaje que espera la humanidad desde hace miles de años?”[vii].
Le sigue el “no temas”, el “no temáis” (Lc 2, 10). Y, por fin, la decisión
confiada: puesto que ha surgido un “cetro en Israel”, sigamos la estrella, la
estrella de Jacob que ya avanza. Y, ante la pregunta “¿cómo será?”, Su
respuesta: “venid y veréis” (Jn 1, 39). Y se pusieron en camino. (Continuará)
[i] Así
llama Jan Dobraczynski a san José en su obra La sombra del Padre,
Ediciones PALABRA, 2017.
[ii] “¿O es
que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?” (Mt 20, 15).
[iii]
Benedicto XVI. La infancia de Jesús. Editorial Planeta, 2012; pág.
95-112.
[iv]
Benedicto XVI. La infancia de Jesús. Editorial Planeta, 2012; pág. 101.
[v] Vintila
Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960; pág. 112.
[vi] Vintila
Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960; pág. 76.
[vii]
Vintila Horia. Dios ha nacido en el exilio. Ediciones Destino, 1960;
pág. 140.
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