El
libro gira en torno a uno de los dos pastorcillos, Melanie Calvat, a los que se
apareció la Virgen María en el pueblo de La Salette-Fallavaux (Alpes franceses)
el 19 de septiembre de 1846. Bloy visitó el lugar treinta años después, pero no
fue hasta 1908 cuando publicó este libro. Argumentando con las palabras oídas
por los pastorcillos y sendos mensajes privados que les fueron encomendados, fustiga
la forma con la que algunas autoridades religiosas comerciaron con la aparición,
maltrataron a los pastorcillos e hicieron caso omiso a muchas de sus
indicaciones. Pero no es mi propósito comentar el libro, ni siquiera narrar
este hecho extraordinario aprobado por el Papa Pío IX. Para ello, basta leerlo
o pinchar aquí: https://virgensantamaria.org/nuestra-senora-de-la-salette/ .
Escribo
para darles a conocer que “La que llora” es la Virgen. Ella, con la cabeza
entre las manos, llora. Después, levantada ya, “empieza a hablar y también
empiezan a brotar lágrimas de sus hermosos ojos”. Esto quería transmitir, que
la Virgen llora, nada más. Cada lector concluya.
No obstante, voy a seguir. ¿Por
qué llora Nuestra Señora? De sus palabras se sigue que sufre por nosotros, que
ruega sin cesar a su Hijo que no nos abandone pues “no le hacéis caso”. Mediante
su aparición intenta parar la “grave” y “pesada” mano de su Hijo. Y, entre
otras, cita dos de las cosas que “hacen pesado el brazo de mí Hijo”: que los
cristianos no santifican el domingo y que blasfeman de ordinario. “Os he dado
seis días para trabajar, me he reservado el séptimo, y no quieren
concedérmelo”; “Los que conducen los carros no saben hablar sin meter por medio
el Nombre de mi Hijo”. ¡Qué actuales
siguen siendo estas ofensas!
Así pues, apremiados por el dolor
de Nuestra Madre, “debemos preguntarnos siempre -escribe el Papa Francisco- si
estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están
misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a
nuestra custodia”[i].
Convencido de que “de la mano de
María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo
la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre”[ii],
he querido compartir con mis lectores esta abominable realidad: “hacemos llorar
a la Virgen”.
[i] S. S. Papa
Francisco. Carta apostólica Patris corde. Ediciones San Pablo, 2020;
pág. 22.
[ii] San
Josemaría Escrivá. Vía Crucis. Ed. RIALP, 1983; pág. 50.
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