Era la noche del lunes, en el Carlos Belmonte, durante
el descanso del partido. Mientras se formaba una larga cola para entrar en los
lavabos de hombres, justo en la puerta de al lado, la del aseo de mujeres,
ellas entraban o salían sin necesidad de formarla. Entonces me dije: ¿qué
pasaría si dijera que me siento mujer y me meto en este aseo?, así no tendría
que hacer cola. Pero acaso ¿alguien se atrevería a decirme algo? El atrevido que
lo hiciera ¿no sería tachado de facha u homófobo por alguno o alguna? Más aún, ¿quién
se arriesgaría a invadir el espacio de uno que se siente mujer teniendo en
cuenta la ley del sí es sí?
El ejemplo puede parecer trivial, pero algunas de las
leyes aprobadas por nuestro parlamento sólo traen desorientación. En naciones
más trasparentes que la nuestra se conocen casos reprobados por la mayoría de
sus ciudadanos. Como la ley sobre la autodeterminación de género aprobada por
el Parlamento escocés en diciembre, que reduce la edad para poder cambiar de
género a los 16 años y elimina la necesidad de un diagnóstico médico. Una ley
que tuvo consecuencias pues, recién aprobada, Isla Bryson era condenada por
violar a dos mujeres cuando se llamaba Adam Graham, y, debido a las quejas,
tuvo que ser trasladada de la prisión de mujeres de Cornton Vale, donde
permanecía mientras era juzgada, a una prisión masculina para cumplir su
condena. También tuvo consecuencias políticas: la dimisión de la primera
ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, y el bloqueo por primera vez en la historia
de una ley por parte del gobierno de Gran Bretaña. Como aquí, que nadie dimite
y se llevan las manos a la cabeza cuando se aplica el 150 ante un golpe de
Estado.
Toda ideología presenta una visión de la realidad que
aspira a propagar mediante la conquista del poder. La auténtica realidad
importa poco, es la imposición de su visión lo que pretende y, para ello,
necesita el poder. Lo que está sucediendo en España, conejillo de indias de
todas las ocurrencias, es clara muestra de ello. Desde el Gobierno, un grupo
minoritario de ciudadanos está imponiendo su propia ideología mediante una
legislación bien arropada por una acción pedagógica que dispone de todos los
instrumentos del Estado.
Sus desbaratadas ocurrencias hacen crujir el suelo
firme sobre el que se ha cimentado esta civilización. Han deconstruido la
familia, la maternidad y la paternidad. Y pretenden deconstruir al varón y a la
mujer. Han dado el mismo rango al matrimonio entre varón y mujer que a la unión
entre dos varones o dos mujeres. Han extendido artificialmente la disforia de
género entre los niños facilitándoles la hormonación, la mutilación y las
prótesis gratuitas, como sucede en Navarra.
Y, frente a un celo aparente por la infancia,
pretenden emanciparla de sus padres para que sólo atiendan al Estado. Pronto la
patria potestad será el Estado potestad. De hecho, han deconstruido el concepto
de Estado, que ha pasado a ser la larga mano de un Gobierno que se erige en
maestro y juez. Otra vez la función pedagógica del Gobierno. No es un lugar
común decir que esta imposición de las costumbres de una minoría para
desarraigar las costumbres de la mayoría es una auténtica ingeniería social que
va calando acríticamente en una ciudadanía cuyas nefastas consecuencias sufrirán
las inmediatas generaciones posteriores.
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