lunes, 20 de septiembre de 2010

Newman (1801-1890) (21-09-2010)

Newman (1801-1890)


Llevo veinte años esperando la proclamación de la santidad del cardenal Newman por parte de la iglesia Católica. Los mismos que han pasado desde que por vez primera conocí su vida y obra. Fue el libro del profesor y sacerdote don José Morales, publicado por RIALP en 1990, quien me abrió los ojos a esta figura inmensa tanto desde el punto de vista humano como espiritual, si es que ambos puntos de vista se pueden disociar. Desde entonces, siempre me ocupé en leer algunas de sus obras. Así que no me ha cogido desprevenido su reciente beatificación, ni el interés del Papa Benedicto XVI en ser él personalmente quien la llevara a cabo. Y espero también vivir lo suficiente para ver el día de su canonización.

Newman fue uno de los iniciadores del llamado Movimiento de Oxford que en la Inglaterra del siglo XIX supuso un intento de reforma del anglicanismo. Se trataba de construir una Vía Media entre catolicismo y protestantismo, concebida como una sólida opción religiosa y teológica. Y tanto porfió Newman en su propósito que acabó convertido al catolicismo. Conversión que fue piedra de escándalo en la sociedad de la época por tratarse de un profesor de Oxford de elevada talla intelectual y reconocido prestigio social. E hicieron bien en preocuparse pues la luz de su conversión iba a servir de faro a los que vinieran en el futuro. Su asentimiento intelectual a la fe católica es algo que sobrecoge y es, a la vez, un argumento de peso para perseverar en ella. No hay aquí nada de la fe del carbonero, por muy grande que esta sea. No hay improvisación ni deslumbramiento, tan solo aceptación a la verdad que descubre. Una verdad a la que no pensaba llegar y a la que, si se puede decir, el mismo no hubiera querido llegar. Y esto, quizás, es lo que le hace más valioso a mis ojos. Empezó su camino buscando algo que demostró equivocado y en su humildad acabó aceptando a Roma. Lo que trajo consigo el abandono de parte de sus correligionarios y la sospecha de aquellos que ya formaban parte de su nueva religión. Con todo, seguía siendo cristiano, tampoco había viajado tanto, pero al convertirse en católico había pasado a pertenecer a una sociedad de segunda división, a una sociedad a la que las leyes de Inglaterra vetaban incluso la posibilidad de desempeñar cargos públicos.

No es de extrañar pues el interés que Benedicto XVI ha tenido en beatificarlo y en el uso que ha hecho de sus ideas en todos sus discursos. Por mi parte, intelectualmente más modesto, quiero apuntar aquí a modo de guía algunas de las ideas con las que siempre he relacionado su figura: la necesidad del dogma, la importancia del estudio de los Padres de la Iglesia, el valor de actuar siguiendo la recta conciencia, las entrañables relaciones entre fe y razón y, por último, el derecho y deber de los católicos a participar en la vida pública. Junto a esto hay algo de la parte más humana de Newman que siempre me ha llenado de envidia, de envidia sana, claro. Se trata de su prestigio como profesor, como bien describe el siguiente párrafo: “Las lecciones de Newman se convierten muy pronto en un acontecimiento periódico de la vida universitaria de Oxford. Escucharlas es una de las satisfacciones más buscadas por parte de numerosísimos alumnos y profesores”.

Para aquellos que quieran saber un poco más de él, a parte de sus obras en las que cabe distinguir la “Apologia pro vita sua”, me permito el atrevimiento de recomendar el ya mencionado libro de don José Morales en su nueva edición, el clásico de Ian Ker que lleva por título “Jhon Henry Newman. Una biografía” de ediciones Palabra y el más sencillo de Rafael Pardo, “Yo, cardenal Newman”,·de Cobel Ediciones, publicados todos ellos en este año. De haber escrito antes este artículo les hubiera sugerido que se “feriaran” alguno de ellos. Luego vendrán los otros.

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