martes, 2 de agosto de 2011

Intranquilidad (02-08-11)

No recuerdo haber visto a tanta gente comprobar el ingreso de su nómina. Tampoco antes había recibido un email institucional asegurando que la orden de pago estaba ya dada en Hacienda. Pero no me sorprende, porque la impresión general es que puede llegar un mes en el que no se cobre.


Me decía una amiga que hubo un tiempo en el que se ganaba poco pero se vivía tranquila. Ahora, en cambio, la intranquilidad se ha apoderado de ella bajo la forma de una posibilidad, la de perder el trabajo. Y no es fácil vivir con esa incertidumbre.


Miramos atrás, al pasado de una familia sencilla, para descubrir que a pesar de las estrecheces bastaba el esfuerzo para conseguir un poco más. Se podía ir a más dando cabida a metas y sueños. Metas lejanas que permitían soñar porque todo era cuestión de tiempo. Se ahorraba lo que se podía y se gastaba cuando se tenía. Las costumbres eran austeras y los caprichos, comparados con los de ahora, parecen bagatelas. Pocos libros y bien cuidados, poca ropa y bien planchada, ropa de trabajo y ropa de vestir, celebraciones en las casas y alguna que otra, más especial, en algún restaurante, coche para las necesidades, veraneos en el pueblo, reuniones familiares alrededor del puchero y unos pastelillos caseros. En el hogar, el abuelo y la abuela. Los tíos que eran toda la vida tíos, las tías que eran toda la vida tías. El médico que asistía a las casas, el olor a alcohol quemado en el que el practicante purificaba la aguja de su jeringuilla. La escuela y los maestros que ocupaban el tiempo de la infancia. El estudio, la calle y los amigos, para el tiempo sobrante. Y todo sin prisa, era cuestión de tiempo.


Hasta que aparecieron las quejas y las prisas. Todo se podía conseguir en menos tiempo. Hasta se podía comprar sin dinero. Todo era más fácil, nos acostumbramos a la facilidad. Quiero y obtengo. A nueva queja nueva consecución. Lo exterior era lo importante. La vida era todo exterior. Fuera de casa, fuera del hogar, fuera de la familia, fuera del vientre materno.


Seguimos con el trabajo, pero ese exterior nos metió la zancadilla. Cumplimos con Hacienda, pero Hacienda no puede cumplir ahora con nosotros. ¿Qué ha pasado? Los bancos han crecido, pero no hay dinero. Las administraciones hablan de millones de déficit cuya solución pasa por el endeudamiento de los que han contribuido a engordar sus arcas. ¿Qué ha pasado?


¿En quiénes habíamos puesto nuestra confianza? Tanta habíamos puesto, que es ahora lo que más escasea. Se ha perdido la confianza y, con ella, la tranquilidad. Y esto va a durar. No quiero ser agorero, pero es evidente que los expertos no ven el final de esta crisis.


Dice mi amiga que, por si acaso, habrá que ir pensando en el pueblo. En laborar una pequeña huerta para vivir de ella. Pero, ¿qué pasará con los que no tengan un pueblo al que ir?

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