martes, 2 de agosto de 2011

La realidad de Europa (26-07-11)

Después de que la Unión Europea diera oxígeno a Grecia y, consiguientemente, al resto de países que atraviesan por situaciones análogas, un fanático quitaba la vida a un centenar de noruegos, jóvenes, muy jóvenes, en su mayoría. Mientras que el grupo de presidentes de la Unión se las ingeniaba para salvar a Grecia y, consecuentemente, sus propios intereses, los de ellos, un hombre decidía por sí mismo castigar con la pena de muerte a decenas de europeos. El logro de una colectividad quedaba oscurecido por la acción de un individuo. Cuando la luz comenzaba a brillar para el sur de Europa, una sombra se fijaba en el norte. La sombra de los antiguos fanatismos y, más en concreto, del nacionalsocialismo, causante de la segunda gran guerra europea de la primera mitad del pasado siglo. Ideologías de terror que siguen causando atrocidades y dejan indiferente al que las comete. Ideologías que se desarrollan siempre en el caldo de cultivo de toda crisis económica, pero que sobreviven al tiempo en el rescoldo de unas cenizas que nunca fueron extinguidas.


La maravilla de la libertad del hombre corre un riesgo que hoy, y siempre, tendremos que aprender a sobrellevar. Unos libros que difunden las ideas del fanático, unas redes sociales que las apoyan, unos jóvenes que juegan a vestirse como aquel. Parece que no tiene importancia, que es juego de niños, que es sólo cosa de unos pocos que, además, están locos. Y, quizás por eso, porque están locos, debiéramos prestarles más atención. Los viejos extremismos no están agotados, siguen ahí, latentes; ambos extremos tiene sus pobladores. Parafraseando a Calvo Serer, creo que es necesaria una política cultural montada sobre la realidad en la que vivimos, porque cualquier mutilación o desfiguración de los hechos se va a volver contra nosotros. Como así ha sido. Porque en la actual política cultural predomina el desequilibrio, la intención de mostrar la realidad desde sólo una parte. Y, al hacerlo, se perpetúan los extremos.


En la línea de la ideología del terrorista que asoló Oslo en la tarde del viernes sorprende la contundencia con la que algunos que la comparten niegan el Holocausto. Como asombra el que algunos padres no perciban que la vestimenta de sus hijos lleva a la par la ideología nazi. Si no asumida enteramente, al menos sí en parte. Y en este caso no se trata de política cultural sino de educación familiar. Parece pues que todos tenemos mucho que hacer.


Si antes del jueves, la canciller alemana Ángela Merkel daba mensajes poco claros, que no daban pistas por donde iba a salir y que enfadaron hasta al propio Helmunt Khol, la tarde del jueves puso en cambio su grano de arena para intentar salvar la crisis. Por el contrario, los mensajes del asesino de Oslo han sido siempre claros, diáfanos.


Mientras Europa estaba preocupada de lo que iba a ser de ella, un hombre había anunciado ya lo que iba a hacer con ella. Pero, ¿quién podía dar veracidad a tal locura? ¡Hay tantos que dicen lo mismo! Tantos, ¿y no nos preocupamos de ellos?

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