lunes, 31 de enero de 2011

Manuel Pizarro (01-02-2011)

Manuel Pizarro

Alguien me envió un correo electrónico con el que acceder a una de las recientes intervenciones de Manuel Pizarro, ese economista que lleva apellido de conquistador y cuyas palabras pronunciadas en el debate con Pedro Solbes se han cumplido una a una. También ahora, después de visualizar y escuchar atento los doce minutos que dura su intervención, me ha parecido encontrarme frente a un hombre con experiencia que domina lo que lleva entre manos y sabe a dónde se dirige. Y ante la fuerza de los hechos que hoy sacuden nuestro país siento que esa es la clase de gente que necesitamos como ministros o consejeros. Y no esa otra, proveniente del sindicalismo comprometido con el poder que nunca aporta soluciones, ni esa otra cuya única experiencia profesional ha sido la de subir peldaños en el partido que milita, que tan acostumbrado nos tiene tanto el Gobierno de la nación como nuestra Junta de Comunidades.

Uno empieza a estar cansado de la mediocridad de los que nos gobiernan, como lo está del desprestigio con el que estos mediocres han condenado a la clase política. Un desprestigio, el de ellos, el de estos incapaces que viven como dioses, que no sería tal si en lugar de ellos estuvieran los mejores o, al menos, los que más pruebas dan de serlo.

Vivimos en un mundo competitivo pendiente de la optimización de los recursos, pero lo afrontamos de mano de los mediocres. ¡Menudo absurdo! Exigen productividad al trabajador, pero ellos sólo producen excusas, o ni eso. ¡Menuda contradicción! Exigen sacrificio al pueblo, pero ellos mantienen sus privilegios. ¡Menuda estafa!

Creo que ha llegado la hora de exigir unos mínimos a nuestros representantes. Unos mínimos de formación y experiencia profesional que permita valorarlos por sus conocimientos y logros. También de integridad y deseos de servicio. La carrera política debe ser un segundo peldaño en la vida de la gente. No puede tratarse de la única carrera que conozca el protagonista. La valía hay que mostrarla antes, en la vida cotidiana. El hombre o la mujer sin otro oficio o profesión que el que le garantiza el carnet de un partido no sirve. Necesitamos gente sesuda y preparada con la que reducir el número de asesores. Gente que se ocupe de la parcela en la que ha crecido a lo largo de años y que tan bien conoce. Gente honrada que entienda el ministerio como un servicio público, que es lo que es, y no como una manera de ganarse la vida. Gente a la que no le preocupe abandonar su puesto cuando vea que hay otros que podrían hacerlo mejor. Gente que al dejar el cargo pueda exclamar, sinceramente, “¡por fin, me he quitado esta carga de encima!”

Y en cuanto al sueldo, sometería la pensión, que no la nómina, a una evaluación continua. Anualmente serían evaluadas las medidas que tomaron en su momento, pasando a cobrar más o menos en función del resultado positivo o negativo que el desarrollo de tales medidas haya tenido en el transcurso del tiempo. Para simplificar, bastaría tener en cuenta las votaciones personales en los correspondientes hemiciclos, parlamentos, diputaciones, ayuntamientos,… Idea peregrina, quizás, pero que me sirve de desahogo.

En cualquier caso, ahí está Manuel Pizarro como ejemplo claro del tipo que necesita España para ejercer el oficio de político. Sabio, profundo, discreto, experimentado. Y como él, imagino que habrá algunos más para otros ministerios. Que, ¿dónde están? No lo sé, pero la tozuda realidad demuestra que no se encuentran entre los que ya están.

lunes, 24 de enero de 2011

Y el undécimo, no molestar (25-01-2011)

Y el undécimo, no molestar

Las posibles consecuencias de la ley de Igualdad de la ministra Pajín, a la que los andaluces llaman ley de igual-da, confirman la idea de mi amigo X según la cual el socialismo es estalinista, al menos en España. Esto es, por el bienestar de que gozan los miembros del partido socialista es deducible que dejaron de ser marxistas, pero por su manera de gobernar no cabe duda de que no ha abandonado el estalinismo.

El estalinismo, que sepultó en su tiempo a más de veinte millones de seres humanos y que consiguió engañar durante decenas de años a muchos intelectuales de Occidente, pretendía formar un hombre nuevo a la sombra del comunismo, un ser puro –políticamente correcto, diríamos hoy-. Y para hacerlo posible contaba con la delación, la denuncia y la calumnia. El artículo 58, propaganda contrarrevolucionaria, llevó a los gulag a millones de rusos denunciados por sus propios vecinos. Para más detalles, tienen las obras de Shalamov (Relatos de Kolimá), Solzhenitsyn (Archipiélago Gulag) o Martin Amis (Koba el Temible), entre otros.

No entiendo que para respetar a las personas de otro sexo (que no género) o a las que presentan alguna deficiencia haya que promulgar una ley de carácter penal. Hacerlo supone echar la toalla y decir que nuestra sociedad solo entiende el castigo como medida educativa. Y si no es así, menos aún entiendo que sus promulgadores sean precisamente los que no quieren hablar de castigos como medidas correctoras en la educación de los jóvenes.

Algo huele a podrido en las intenciones de la posible ley. Además de que tiene toda la pinta de querer servirse de las personas deficientes para conseguir su verdadero fin: el establecimiento de la ideología de género, que confunde el sexo con su ejercicio. Y ya vimos en otro artículo el odio que la ideología de género tiene a algunas instituciones.

Sin olvidar la llamada a la delación, que suele provenir de una falta de gallardía en corregir al que se equivoca o, peor aún, de la envidia que invita a la calumnia. Delación que inspirará temor entre los desconocidos o desconfianza entre los conocidos. Estado de miedo, en general, que fue lo que caracterizó a la sociedad estalinista.

En tal estado de convivencia, los hombres sólo se atreverán a mirar los pies de las mujeres, ni siquiera a los tobillos como hacían nuestros abuelos a falta de piernas visibles, y las mujeres no mirarán las espaldas del varón. Por lo que no es de extrañar que éstos acaben proponiendo el velo para las mujeres y que estas sugieran que los varones vayan con túnicas sin ceñir. Algo tan lamentable como el miedo que supondría tener en el propio grupo de trabajo a alguien de otro sexo. Porque con esta ley toda delación está permitida y el peso de la defensa recae sobre el acusado. Adiós a la inocencia supuesta. Dejen paso al estado policial.

Pero también podría suceder lo contrario. Esto es, una denuncia “porque no me mira”. (…) ¡Huy, qué lío! (…) Con lo sencillo que lo tenían nuestras abuelas con aquel undécimo mandamiento: “y el undécimo, no molestar”. Pero la ministra Pajín, a instancias de su líder, no se fía ni del undécimo, por muy laico que sea el origen de este.

martes, 18 de enero de 2011

Cuando el mundo se indigesta (18-01-2011)

Cuando el mundo se indigesta

El niño tiende a pensar que cada vez que llueve en la ciudad también llueve en el resto del “mundo”. Que cuando está triste, todo el “mundo” tiene motivos para estar triste. Y no puede comprender que los demás rían cuando él llora. Se ha dicho que el niño se cree el centro del universo y quizás sea este el motivo por el que se vea con fuerzas para recorrerlo. No hay nada mejor que partir del punto medio. No es su objetivo el conquistarlo, sino confirmarlo como suyo, comprenderlo para sí. Y en su propósito encuentra como aliado al adulto que le anima a “comerse al mundo”.

Y hasta tal punto suele ser así que acaba casi siempre en una indigestión. Porque no cabe duda de que la mayor parte de los adultos somos niños a los que nos ha sentado mal el mundo. Convencidos, desde niños, de que podíamos comérnoslo, nos hemos convertido en adultos que solo quieren regurgitarlo. Operación ésta que, por su tamaño, resulta imposible. Así que el paso previo es reducirlo. Hay que reducir el “mundo” a su tamaño inicial, aquel que tenía cuando éramos niños. De manera que el “mundo” del adulto se torna al del niño y no caben más que las ocupaciones de éste: jugar, comer, dormir y que los mayores nos saquen las castañas del fuego.

Lamentablemente, no es posible. Y cuanto más intentamos reducirlo, más se nos escapa. Porque, sin advertirlo, estamos en manos de otros que se ríen de nuestra indigestión. Retrocedemos con cada intento. Las fuerzas centrípetas no responden, siempre hay una fuerza hacia fuera que no controlamos. Y el vértigo intestinal continúa. El “mundo” es demasiado grande para que podamos pasar de él. Así pues, no parece que la solución sea empecinarnos en nuestro empeño por deshacernos de él.

Estábamos tan a gusto en nuestra “casita” con nuestras “cositas”. Todo medido, pesado y controlado. Las cosas de fuera no nos afectaban, hasta que nos afectaron. Hasta que los problemas de fuera invadieron nuestra casa y no hubo más remedio que prestarles atención. Los otros, aquellos que sabían y en los que confiaba, no habían resuelto bien los problemas. Y llega el momento en que hay que ayudarles a resolverlos, aunque solo sea para seguir en “casita” con mis “cositas”. Y, quizás, lo primero sea decirles que se vayan. Que ellos tienen sus “casitas” con sus “cositas” y yo me he quedado sin ellas.

Y la indigestión se pasa, porque no se trata de comerse el mundo sino cambiarlo con nuestra presencia.

lunes, 10 de enero de 2011

Nos sobran cosas (11-01-2011)

Nos sobran cosas

He visitado a tía Juliana, a la que encuentro ordenando la habitación de Llanitos. Observo que hay muchas cosas sobre la mesa de estudio que se limita a recolocar y le sugiero que ponga más estanterías. Ella señala los tres pares de zapatillas de noche que hay en el suelo y me pregunta: ¿tú tenías tantas zapatillas cuando eras pequeño? Evidentemente no, le respondo. Pues aquí, replica, no es que falten estanterías sino que sobran cosas. Y mientras sigue su faena me pide ayuda para subir unas mantas al altillo del armario. Está a rebosar y comenta que algún día habría que hacer una limpieza. Le recuerdo que hubo un tiempo en el que se quejaba del frío que hacía en su casa, pero me contesta que, aún así, hay mantas que nunca ha utilizado. Me callo.

Y es que tía Juliana ha dado en el clavo. Llevo días leyendo La vida lograda, un libro de Alejandro Llano, catedrático de Metafísica; pero una mirada al índice ha hecho que dejara la línea en la que estaba para buscar el epígrafe La virtud más necesaria. Me pica la curiosidad saber cuál es para este catedrático la virtud más necesaria. ¿Se mojará? Que la gente normal no tenga ningún reparo en afirmar con rotundidad lo que es más necesario o más bello o más importante o más no sé qué es frecuente. Pero no es lo usual en alguien tan profundo como don Alejandro. Por ello paso las páginas con avidez hasta la 77 y leo: “Estoy de acuerdo con lo que dice Shumacher en su libro Lo pequeño es hermoso: que la sobriedad es actualmente la virtud más necesaria”. Leí ese libro en mis años universitarios e incluso saqué algunas notas que todavía guardo, pero ninguna sobre sobriedad. Y, sin embargo, casi treinta años después, alguien recuerda que esa cita no ha perdido actualidad. Hasta el punto de señalar que la sobriedad sigue siendo la virtud más necesaria.

Me acerco al salón para saludar al tío Antonio que, sin dejar de ver la televisión, comenta: “ayer, la dependienta de la librería me animó a comprar algunos libros más pues dice que dentro de poco aumentarán en dos o tres euros. El telediario del otro día desglosaba las subidas de distintos productos. En el periódico leo que la Banca dispara las comisiones: el mantenimiento de una cuenta corriente sube el 6%, los descubiertos un 13%. Además de que la cesta de la compra aumenta un 2,9%. Por otro lado, mi sueldo ha disminuido. (…) Y ante todo este panorama acabo de oír a un político decir que lo peor ha pasado. ¿Para quién?, ¿para quién ha pasado lo peor?, ¿quién está aliviado?, me pregunto”.

Le contesto que, a mi entender, lo prioritario de este nuevo año es el “saneamiento” de nuestras cuentas, pero que España no está exenta del riesgo de una intervención y que, por supuesto, el paro no bajará del 20% en muchos años. “Entonces, ¿cómo se puede decir que lo peor ha pasado? ¿A quién creer?”, me pregunta. Pero sin esperar respuesta, como pensando en alto, dice: “Quizá, lo único cierto es que hasta nosotros, gente de la calle, estamos instalados en la duda, en la desconfianza, la misma que dicen que ahuyenta a los posibles inversores extranjeros y frena la iniciativa de muchos empresarios nacionales”.

Quizá lo único cierto, le respondo, es lo que dice tía Juliana: que nos sobran cosas.

lunes, 3 de enero de 2011

A cerca de los reyes Magos (04-01-2011)

A cerca de los reyes Magos

Se acerca un niño y me pregunta: “¿verdad que papá Noel es más de Navidad que los reyes Magos?” Y, aunque intuyo lo que quiere decir, le respondo: ¿qué significa “es más de Navidad”? “Pues eso –contesta-, ser más de Navidad”. Y como presumo que no voy a sacarle explicación alguna que supere la síntesis anterior que, al fin y al cabo, es bastante clara, le contesto que no, que los reyes Magos aparecen en la misma historia que da lugar a la Navidad, la del nacimiento del niño Jesús y que, por tanto, ocupan un lugar preferente al de papá Noel.

Entiendo que su pregunta está cargada de lógica pues lleva varias semanas viviendo la Navidad con las imágenes de Disney Channel o algún otro canal televisivo cuya única figura navideña, si la hay, es el bueno de santa Claus, que para el niño es lo mismo. Porque nuestra laica sociedad, antes de justificar el deseo de Paz y la necesidad de la fraternidad humana basándose en el hecho histórico y trascendente que dio lugar a esos sentimientos, prefiere echar mano de los cuentos. Intención que derrumba toda racionalidad en beneficio de una magia que se vuelve fantasía en la madurez o en escepticismo y desgana ante esos mismos sentimientos que quería inculcar. Es la vuelta a los mitos que no resisten la racionalidad de nuestra civilización y, menos aún, el cotidiano devenir de la vida ordinaria.

Durante un tiempo considerable el niño se ha embebido de dibujos animados y series que giran en torno a los buenos sentimientos que representa papá Noel. Personaje envuelto en un halo de candor y generosidad, a veces torpe y distraído, que trae juguetes a los niños desde algún lugar secreto y perdido de nieves perpetuas. Que se desplaza en un trineo tirado por seis renos mágicos capaces de despertar los mismos sentimientos bondadosos del amo.

Que los reyes Magos también traen regalos, mejor que mejor. Pero no deben ser personajes importantes –se dice el niño- cuando sólo aparecen al final de las fiestas y, además, en silencio, sin mensaje alguno, cabalgando sobre aburridos y lentos camellos, trayendo unos regalos que solo los adultos saben apreciar. De manera que no resulta sorprendente que para muchos niños la Navidad sea papá Noel con su trineo de renos cargado de regalos. O, mejor aún, la Navidad es la posibilidad de recibir regalos.

Y es verdad que la Navidad está relacionada con los regalos, como es verdad que, tal y como piensan los niños, la Navidad es el momento del año en el que pasan cosas de verdad, cosas que no pasan siempre. Pero lo es por el mismo hecho que tuvo lugar en aquella primera Navidad, en el que una virgen estrechaba entre sus brazos a su hijo para decirle, con palabras de Jean-Paul Sartre, “este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí”. Y este es el gran regalo que da motivo a que los hombres nos hagamos regalos en Navidad. El motivo por el que los reyes Magos traen regalos. La causa por la que ha tenido que inventarse un personaje infantil que trae regalos.

Como reza un himno de la iglesia oriental, tan perseguida actualmente, “¿Qué hemos de ofrecerte, oh Cristo, que por nosotros has nacido hombre en esta tierra? Cada una de las criaturas, obra tuya, te trae en realidad el testimonio de su gratitud: los ángeles, su amor; el cielo, la estrella; los sabios, sus dones; los pastores, su asombro; la tierra, la gruta; el desierto, el pesebre. Pero nosotros, los hombres, te traemos una Madre Virgen”.

No, niño mío, no es más de Navidad papá Noel. Son más de Navidad los reyes Magos, los sabios que vinieron de oriente y cuyos descendientes hoy, pobres y perseguidos por el integrismo asesino, continúan llevando al Niño el mejor de los regalos: sus propias vidas. Aquellos primeros Magos trajeron regalos al niño, que se regaló primero, y este es el origen de la costumbre de los regalos. Una costumbre que se perpetúa en el tiempo y de la que podrás disfrutar cuando vuelvas a casa después de la cabalgata de reyes de la calle ancha. Pero no olvides que en ese día de reyes hay hombres y mujeres que sufren en la tierra, también en Albacete, y que el Señor sufre con ellos.