lunes, 31 de octubre de 2011

Hablen de educación, ¡ilusionen! (01-11-2011)

No hay ni un duro. Así lo ha manifestado Europa al situar a España como uno de los países más necesitados de capital. Con un precio de recuperación semejante al de Grecia y dos terceras partes mayor que el de Italia, España es la penúltima, más próxima a la última (Grecia) que a la antepenúltima nación (Italia). Cuando se hablaba de crisis económica parecía que no tenía nada que ver con una crisis financiera, pero ahora se descubre que ésta es tan grande o mayor que la otra. Pocos bancos tienen liquidez y las autonomías se sirven de la que tienen empresas como Mercadona, El Corte Inglés u otras, que ingresan efectivos diariamente. Los economistas ya no hablan de recesión, sino de algo mayor, estamos –dicen- en una “contracción económica”. El universo económico se enfría, desaparece la incandescencia que lo hacía parecer voluminoso y, en su lugar, se descubre un núcleo de dimensiones muy inferiores a las esperadas.


Y, mientras todo esto sucede, los sindicatos se empeñan en incendiar las calles con el panfletario pregón del no a los recortes. Les recomendaría que leyeran el artículo “Balance provisional de la catástrofe” que César Molinas publicó en El País el 23 de octubre pasado. No sólo habla de hacer recortes, sino que también pone en primer plano la necesidad de reducir gasto de manera estructural, no dudando en afirmar que “los sindicatos se han convertido en la columna vertebral del establishment contrario a la reforma estructural”, por lo que alumbra la posibilidad de que la reforma profunda del mercado de trabajo haya que hacerla contra los sindicatos.


De la misma manera que mantuvieron una actitud nefasta en esta crisis, que todavía se adivina larga para España, los sindicatos lo hacen ahora en Educación. Con la única diferencia de cambiar el silencio y el asentimiento por el vocerío y la queja. Y si el nuevo gobierno que salga de las urnas el próximo 20N deberá parar los pies a los sindicatos en no menos de seis meses, la Junta de Castilla-La Mancha debe poner a los sindicatos en el lugar que les corresponde, que no es precisamente el de ser las cabezas pensantes que determinen lo que debe ser la Educación. Los sindicatos están para otras cosas y, por supuesto, no están para dar cursos de formación, entre otras.


Me rebelo ante la posibilidad de que sean los jefes de los sindicatos los que marquen la Educación en Castilla-La Mancha. Las cuestiones laborales llegarán en su momento, pero la Consejería de Educación no puede aceptar que sean éstas las que determinen el nuevo sistema educativo que tanto anhelamos algunos. El PP no ha sido el partido más votado para volver a hacer lo que hacía el otro, sino para solucionar problemas y dirigir el cambio necesario para que esta Comunidad levante el vuelo.


Confío en que la Consejería de Educación tiene las ideas claras sobre lo que conviene hacer. Pero no basta con esto. Necesita también saberlas comunicar. Llevamos todo el tiempo hablando de recortes pero todavía no he oído nada sobre la filosofía de la Educación que va a proponer. Es cierto que el 20N puede contribuir a sacar adelante un nuevo modelo de educación, pero sería recomendable empezar a conocer algo de su contenido. Hasta el momento, el desarrollo de los acontecimientos hace pensar en una ausencia de ideas. Y como no creo que sea así, les recomiendo –como ciudadano- que comuniquen lo que quieren hacer en educación. ¿Cuáles son sus hitos? ¿Cuáles sus líneas maestras? ¿Continuaran con el constructivismo? ¿Qué modelo tienen previsto?


En fin, ¿no tienen algún discurso –fuera del desmentir las tergiversaciones de los sindicatos- que ilusione? Pues, ¡ilusionen! Hablen de educación, hablen de la educación que pretenden para los castellano- manchegos. Comuniquen sus ideas de modo ilusionante. No se las queden para ustedes, no se las cuenten sólo en los despachos. Extiéndanlas por toda la Región. Combatan la demagogia de los sindicatos con la tarea de ilusionar mediante sus ideas. Dejen para ellos el hablar de los recortes. Ustedes, ¡ilusionen!

El comunicado (25-10-2011)

Dice ETA que no va a matar más, que se acabó el tiro en la nuca y los coches bomba, que deja de poner goma dos en las calles, terminales de aeropuertos y centros comerciales. Que seguirá persiguiendo el mismo fin, pero que ya no va a matar para conseguirlo. Así de claro y así de crudo.


Se le podía haber ocurrido antes. Ha tenido que pasar más de medio siglo para que llegara a esta conclusión tan evidente. Y ha sido en la Democracia cuando ha cometido el mayor número de sus atrocidades. La que ahora se quiere presentar como demócrata ha actuado casi cuarenta años contra la Democracia. Trae en su currículum cerca de novecientos cadáveres. Mujeres y niños, entre otros. Ha hecho exiliarse a doscientos cincuenta mil vascos que pensaban de modo distinto y tiene amedrentados a otros tantos. Pero ahora quiere entrar en Democracia porque sabe que de no ser así acabará por entrar al completo en la cárcel. Además, juega con la ventaja del síndrome de Estocolmo de los muchos a los que ha coaccionado y extorsionado.


Nos alegramos por la noticia. Los hombres y mujeres de España podrán andar por las calles sin temor a ser tiroteados por motivos políticos. Pero, ¿se puede esperar menos de un estado de derecho? El hecho de que ya no vayan a matar por pensar de manera distinta, ¿es suficiente? Evidentemente no lo es, pero ante la barbarie que durante tantos años ha representado ETA no podemos sino alegrarnos. Ahora bien, para la entrada del bárbaro en la civilización que ha atemorizado durante años no basta con un comunicado. Hacen falta hechos, no bastan las palabras. Y más, cuando estas son tan parcas. Hace falta un tiempo de prueba que sirva de prevención para la civilización a la que ha atacado continuamente.


Hechos, actitudes, que brillan por su ausencia en el comunicado. Porque lo primero es dejar las armas a la vez que manifestar cierto grado de arrepentimiento. ETA tendría que pedir disculpa a las víctimas, manifestar en alta voz que está equivocada. Y, consecuentemente, asumir las consecuencias de su anterior barbarie y de su presente poco transparente. Pero ETA no se baja de la burra, sigue considerando sus atrocidades históricas como efectos de una guerra de independencia. Una guerra en la que no bastaba con matar soldados, había que matar también a niños, mujeres, periodistas, políticos, (…)


Mas no demos vueltas a lo que todos sabemos y no debemos olvidar. Volvamos a la actitud del comunicado. Una actitud chulesca, porque es unilateral, con la que parece que perdona la vida a los que no piensan como ella. Ya no os vamos a matar, ¡acercaos! Os permitimos que paseéis por nuestras calles. Hemos decidido que no os vamos a matar.


Nos alegramos por la noticia. Gracias por perdonarnos la vida, pero vais a cumplir todas las condenas por los asesinatos y exaltaciones del terrorismo que pesan sobre vosotros. Las leyes están hechas para defender a los débiles, no para defender a los que amedrentan y matan. La impunidad con el fuerte que transgrede las leyes pone fin al estado de derecho. ¿Por qué se le perdona a él y no a los otros? Más aún cuando el fuerte persiste en su actitud chulesca y no manifiesta ningún tipo de arrepentimiento.


Prevengamos, ahora que podemos, no vaya a ser que pronto tengamos que curar heridas incurables.

lunes, 17 de octubre de 2011

Una de argumentos (18-10-2011)

Hay una edad en la que los niños se dan cuenta de que la vida no es tan fácil o, al menos, que les resulta más difícil que antes. Una apreciación que cualquiera de ustedes habrá oído a alguno de sus hijos cuando estos eran pequeños. Pero, aún tiene que pasar mucho tiempo para que adviertan que es difícil. Ya no más difícil que antes o ya no tan fácil como antes, sino difícil a secas.


Me decía una joven que la vida es difícil. Era una de esas estudiantes responsable que experimentan la carga del estudio y la propia debilidad humana ante una vida que se abre hacia los demás mientras pretende forjarse un futuro. Venía con lágrimas, como tantas otras, algo que no suelen hacer los muchachos hasta el punto de que uno llega a pensar que lo de la responsabilidad no va con ellos. Si bien sabemos que los jóvenes despiertan a la vida más tarde que las jóvenes.


Cualquiera de mis lectores sabe que la vida es difícil, que más de una vez puede parecer que más que vivir estamos sobreviviendo. En fin, ¿qué les voy a decir sobre las dificultades de la vida? Aunque tampoco me lo han preguntado. Pero sí ella, así que estoy obligado a responder. ¿Qué le respondo? ¿Qué le responderían ustedes?


¿Le digo que tiene razón, que la vida es difícil? ¿Le digo que su temor es coyuntural, fruto de la situación de cansancio físico en la que se encuentra pues lleva días durmiendo poco? ¿Me arriesgo a decirle que cierre el libro y se vaya a dar una vuelta, sabiendo que no lo hará o que si lo hace puede que ya no vuelva a tener fuerzas para sentarse? ¿Le digo que no debe preocuparse del futuro sino del presente? ¿Le hablo del carpe diem? ¿Le digo que la vida es algo más que estudio? ¿Le digo que no puede concentrar en un punto todas las posibles dificultades de la vida y que lo que hay que hacer es actuar en función de lo que vaya surgiendo? ¿Le digo que confíe en mi que tengo más experiencia? ¿Le digo que lo hable con sus padres? ¿Le digo que no hay que dramatizar? Todo eso le digo, aunque también podría enviarla a la orientadora y me quito el problema.


Pero, ¿puedo decirle algo más? O dicho de otra manera, ¿serán suficientes todos los argumentos humanos que se me puedan ocurrir –o que se les ocurra a ustedes- en función de la persona que tengo delante? Y si no lo fueran, ¿está preparada para otro tipo de argumentos?


¿Qué piensan ustedes?, ¿basta con este tipo de argumentos? Porque, si bastan, el que sobra es Dios. Si con argumentos que llamamos humanos podemos ir tirando, es comprensible que se viva sin Dios. Pero, entonces, debemos preguntarnos, ¿para qué Dios?


¿Ustedes argumentan a sus hijos siempre con razonamientos bidimensionales? Y ellos, … ¿ellos ven en ellas suficientes razones para la esperanza?

viernes, 14 de octubre de 2011

Comentarios a la exigencia de calidad (11-10-2011)

Cada vez que oigo hablar de calidad en la educación se me viene a la cabeza que la condición previa para enseñar con calidad es mostrarla. Es una idea que, en mis comienzos, oí a un profesor veterano. Y tan sensata me pareció que todavía la recuerdo. Con ella, quería referirse a mostrar elegancia en el porte, sólo a eso. Pero por ahí se empieza. Había sido su respuesta a alguien, que con una pinta que tiraba de espaldas, le hablaba de calidad en la enseñanza. Me miraba y me decía: “y yo le dije que lo primero era mostrarla”. Y todavía lo recuerdo.


Ahora se habla mucho de calidad en la enseñanza, pero es una llamada que responde más al interés de algunos, deseosos de que alumnado y familias se sumen a sus huelgas, que a un problema actual. Para aquellos, el problema no es la calidad de enseñanza sino que la enseñanza esté en manos de otro partido político. Si realmente estuvieran interesados en la calidad de enseñanza, hace ya tiempo que tendrían que haber manifestado su malestar, pues llevamos bajando la calidad en la enseñanza desde la LOGSE.


Aquí hay muchas cosas que deben cambiar y una de ellas es la concepción del “papá Estado” o “Estado benefactor”. Además del sistema educativo en el que sobran marías y optatividad. Y esto deben aplicárselo también los actuales mandatarios. La Secundaria no puede ser un cajón de sastre en el que todo cabe. El gusto por introducir nuevas materias que quitan horas a las básicas es lamentable. Como lo es la excesiva optatividad con la que se marea al alumnado desde 4º de la ESO.


Hay edades en las que a los niños hay que darles lo que ellos nunca elegirían pero sin lo que no pueden hacer nada. Sorprende ver que haya solo tres horas de lengua en primero de bachillerato, como sorprende que en segundo haya optativas con más horas que alguna troncal. Pero hay tantas cosas que sorprenden desde hace años que no puede negarse que se les ve el plumero a los que ahora se llenan la boca de calidad en la enseñanza. Quizás habría que recordarles que la enseñanza que tenemos ahora es la que ellos han permitido. Que no vengan ahora con monsergas. Y, lo que es más lamentable, que no vengan ahora manipulando al alumnado y a sus familias.


La mala calidad de la enseñanza tiene que ver con un mal concepto de lo público. Y para que entiendan lo que les digo, les remito a Suecia –tan socialista ella-. En Suecia, desde el año 1993, cambió la concepción de lo público en la enseñanza. El gobierno se convirtió en un garante de la educación para todos dejando la gestión en manos de aquellos grupos que manifestaran el deseo de mejorar la calidad, a la vez que daban muestras de saberlo hacer. De esta manera, en menos de diez años, lo que se suele llamar enseñanza pública ha avanzado notablemente. No hay más que ver las estadísticas.


En mi opinión, la calidad depende de las personas. Evidentemente, en algunas materias, también importa la tecnología. Pero, mientras no haya dinero, la imaginación del profesorado y su buen hacer deberá suplir las deficiencias materiales. Es la hora de “la imaginación al poder” y, con ella, demostrar la calidad del profesorado que tenemos. Cabía esto o, como decía alguien, alargar la agonía en la que se encontraba nuestra comunidad hasta que no hubiera dinero para nadie. Pero, eso sí, que nadie le engañe con lo de la calidad de la enseñanza.


¡Ah!, se me olvidaba. Las familias también tienen que ver con la calidad de la enseñanza, pues esta depende en parte de la educación que el alumnado ha recibido en sus casas.

lunes, 3 de octubre de 2011

El mundo de Alfredo (I) (04-10-2011)

Se reunían siempre en un lugar diferente. Y, una vez más, le resultaba difícil recordar dónde se habían citado. El cielo plomizo de la mañana había dado lugar a una lluvia intermitente que ahora caía con gran intensidad. Andaba resguardándose bajo los balcones, pero sobre todo se resguardaba de las miradas de aquellos con los que se cruzaba. Se estaba calando hasta los huesos y, a su edad, lo mínimo que podía coger era un resfriado. Pero, para él, aquellas reuniones eran esenciales y estaba dispuesto a asumir el riesgo de que alguien le denunciara a la Administración por no haber tomado las necesarias precauciones para cuidar su salud. Corría el riesgo de que le penalizaran un mes sin prescripción de medicamentos. Aunque, pensándolo bien, se decía, ya había agotado la cartilla farmacéutica del mes, por lo que poco iba a perder.


Aún así, la fuerza de la costumbre le hacía estar vigilante. Los informadores podían fijarse en cualquier cosa. Bastaría que conocieran su edad para que le recordaran el horario de salidas previsto por la Administración. Escribirían la advertencia con sus datos en un papel que depositarían en uno de los buzones anexos a las papeleras. De sumar tres, la Administración le prohibiría salir por las tardes a la calle durante una semana. Pero tampoco esto era un problema pues las reuniones eran mensuales.


La lluvia caía a cántaros y esperó junto al semáforo en rojo. Era una calle poco transitada y, además, no se veía ningún coche en las proximidades. Estuvo tentado a cruzar pero le disuadió la figura de un viandante que esperaba en la calzada opuesta junto a uno de los nuevos buzones. Escribir su nombre por infracción de tráfico en un papel en un día lluvioso podía resultar enojoso, pero los nuevos buzones instalados por la Administración eran digitales y leían la huella del dedo de forma inmediata. Arriesgarse a que el viandante de enfrente tuviera curiosidad por ponerlo a prueba, aunque solo fuera para contarlo después en su casa, sin olvidar los puntos que se sumarían a su cartilla de ciudadano por la información facilitada, no le compensaba. Decidió esperar e intentar recordar el punto de encuentro. Pero tenía dificultad para pensar pues cada vez que se alejaba de su casa era mayor el número de infracciones susceptibles de denuncia.


Cruzó cuando la luz del semáforo se puso en verde, procurando no dar un número mayor de pasos que el indicado en la base del mismo. Le sobraron algunos, lo que no le impidió pensar que dentro de poco le quedaría prohibido cruzar también aquella calle. Con su edad, sus pasos se hacían cada vez más cortos y lentos. Acabaré pudiendo andar sólo alrededor de mi manzana, se decía. La Administración, preocupada por la seguridad vial, había conseguido un programa de optimización del tiempo máximo para cruzar un semáforo basado en el número de pasos que, una vez instalado, se había impuesto como norma ciudadana de carácter imperativo. Con esta medida se aseguraba la ausencia de peatones entre las luces naranja y verde que dirigían el tráfico automovilístico. El control del número de pasos era posible gracias a una alfombrilla sensible e informatizada que cubría el paso de peatones. La determinación del número máximo de pasos era el resultado de un estudio estadístico que tenía en cuenta varias variables, tales como la afluencia de tráfico en la vía, la anchura de ésta, la visibilidad y la medida-paso del ciudadano estándar. Era preferible que la gente buscara calzadas adecuadas a su manera de caminar que cambiar la norma. La seguridad era la seguridad. Y el hecho de contar con la variable ciudadano estándar era suficiente garantía.


Al llegar a la otra acera hizo un brusco movimiento que le llevó a chocar de bruces con un niño. Venía corriendo por la acera con su paraguas y chapoteando en los charcos sin mirar al frente, como suelen hacer los niños. Del golpe, cayó al suelo y su paraguas quedó extendido sobre la acera. La madre, que venía detrás, se precipitó en ayudar a su niño preguntándole si se había hecho daño. El niño lloraba y la madre gritaba como si hubiera caído sobre su hijo el martillo de Thor. Al comprobar que su hijo lloraba más por el susto que por una posible lesión, y que no le pasaba nada que no pudiera ser solucionado en una lavadora, la emprendió con nuestro personaje, acusándole de indolente. A la vez que le hacía responsable de los futuros y previsibles traumas –eso dijo- que le pudieran sobrevenir. Y hay que dar gracias a la lluvia, que en aquel instante era torrencial, de que no le solicitara sus datos. Y también a que para este tipo de informaciones todavía no había buzones digitales. O, al menos, todavía no había sido instalado el sofwhare necesario. Era sólo cuestión de tiempo porque la tecla ya estaba instalada. (Continuará)


PD.: Cuando una sociedad necesita muchas leyes para funcionar, algo va mal en esa sociedad. Cuando todo contratiempo es motivo de denuncia es porque la sociedad ya no existe.