sábado, 26 de mayo de 2012

Una señal grande (22-05-2012)

Entre tanta desilusión y crisis, la tradición secular nos trae un año más la oportunidad de meditar y tratar de manera especial a nuestra Señora, la Virgen María. Es mayo, mes de las flores y de María, devoción que no ha perdido actualidad. Y mientras los avatares de la vida marcan un año oscuro para todos y, especialmente, para algunos, un rayo de luz se abre en este cielo variable de mayo. O como escribiera en su visión de Patmos el que fuera apóstol adolescente: “fue vista en el cielo una señal grande: una mujer revestida en el sol y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”.


La mujer de esta grandiosa visión apocalíptica es la misma de Belén y Nazaret. La que dio a luz en un pesebre y vivió entregada a dos carpinteros. Maestra del sacrificio escondido y silencioso, eso es. La misma que, en doloroso y obediente silencio, recibió de su hijo el admirable encargo de ser madre de todos los hombres. Y a la que, con piedad filial, se le han dedicado ermitas, santuarios y templos que –en el decir de Álvaro del Portillo- contribuyen a dar a la “existencia de los cristianos una dimensión de hogar que sólo la Santísima Virgen es capaz de suscitar”. Dimensión ésta, la de hogar, que se me antoja fundamental para este tiempo tan lleno de familias desestructuradas y hogares que son más bien posadas donde se convive por necesidad o azar genético.

María es virgen y madre, esencias mismas de la feminidad. Y en este mundo que pretende retirar a la madre del hogar, bien está poder contar con una a la que dirigirse. La vuelta al hogar es la vuelta a la piedad, primero como hijos de los hombres y luego como hijos de Dios. Saber que en la pequeñez del hogar se esconde lo más grande: el amor, la lealtad y una libertad responsable que es más generosidad que obligación. En él no se negocia. Es la piedad del niño manifestada en la flor que entrega a la madre o que deposita a los pies de alguna imagen de María. La del Rosario rezado en familia, la de la oración de la noche entre el balbucir del niño que se duerme, el llanto del niño recién nacido y el silencioso examen de conciencia del joven que cierra un libro. No es un hogar perfecto, porque no hay hogar perfecto, pero es un hogar donde reina la luz y la confianza respetuosa, un hogar que es más grande para dentro que para fuera.

.Mes de mayo, mes en el que los santuarios marianos se llenan de visitas. Pueblos de nuestras tierras y naciones de todos los continentes buscan en estos días el encuentro con la madre del Señor, con aquella que es bienaventurada porque ha creído. Suenan de nuevo sus cantos y se pronuncian miles de jaculatorias que suben al cielo en medio de un mundo escéptico y descreído. Y como niños, otra vez, nos acercamos a la Madre, con esa confianza que tienen los niños a su propia madre.

Santuarios marianos donde “el hombre se siente entregado y confiado a María y viene para estar con Ella como se está con la propia madre; le abre su corazón y le habla de todo: la recibe en su casa, es decir, le hace partícipe de todos sus problemas”, como escribió el beato Juan Pablo II en su visita a Fátima en 1982. Un viaje en el que tuve la suerte de estar presente y que la semana pasada recordé en la romería que hice con más familias al Santuario de la Virgen de Rus.

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