El verano es tiempo de reencuentros, conversaciones y
tertulias con gente que vemos de año en año y, al final, por mucho que lo
posterguemos, siempre acabamos hablando de la crisis. Nos reunimos
funcionarios, autónomos, empleados, empresarios, amigos y familiares que tienen
suficientes cosas para contar, pero siempre acabamos hablando de la crisis. Y,
en algún momento, cuando ya parece que se ha dicho todo, todavía queda hablar
de la clase política. Con ella, la conversación se eleva de tono. Cada cual
pone ejemplos de políticos de su tierra, cuyo currículum es más bien un “ridículum”,
provocando exclamaciones entre los oyentes. Por fin, alguien dice que “todos
son iguales”, se queda tan ancho y reconduce la conversación por otros derroteros.
No creo que todos los políticos sean iguales, ni
tampoco que ellos tengan la culpa de todo lo que está pasando. Los hay ineptos,
pero también los hay preparados. Y aunque es opinión común que abundan más los
primeros, siempre queda la duda. Pero aun cuando fueran minoría, la pregunta es
¿por qué? ¿Por qué esa gente llega a ocupar cargos de responsabilidad? ¿Qué
méritos los avalan? ¿Cómo llegan ahí?
Pero no es sólo la falta de calidad profesional y
humana lo que se achaca a los políticos, es también su número, su sueldo, su
cohorte de asesores y algunos de los derechos que adquieren cuando se retiran
de sus funciones. Sin embargo, yo no lo tengo todo tan claro. Es cierto que
Fulanito, Menganito y Zutanita no dan la talla, pero hay dos motivos por los
que no se debe extender los errores de esos políticos a toda la clase política
(lamento lo de “clase”). El primero es que no responde a la verdad. El segundo
tiene que ver con el propio sistema democrático en cuanto son representantes
del pueblo. Menoscabar de manera general la condición de político es, en el
mejor de los casos, ahuyentar de ese oficio a aquellos que podrían hacerlo bien
dejando campo abierto a los ineptos. Y es, en el peor de los casos, abogar por
la desaparición de los mismos y, en consecuencia, por la destrucción del
sistema democrático. Ahora bien, aunque destruir la democracia siempre es
posible, no hay forma de hacer desaparecer a los políticos, estos siempre volverían
aunque fuera bajo el sobrenombre de “indignados” o “perros flauta” y esto sería
peor.
Conocí a un hombre mayor que ocupó altos cargos con la
UCD. Se asombraba de que muchos de los políticos actuales no tuvieran otro
oficio o beneficio que la propia condición de político. “Cuando perdimos las
elecciones, dijo, todos volvimos al trabajo anterior porque todos teníamos una
profesión”. Afirmó también que no había asesores en la Administración. Esto es,
se pueden hacer las cosas de otra forma. Y esto es lo que está pidiendo la
sociedad a su clase política, que se hagan las cosas de otro modo.
No quiero descender a detalles porque el espacio de
que dispongo no da para más. Es evidente que tiene que descender el número de
políticos y esto afecta al Estado de las Autonomías y a las mal llamadas
empresas públicas, que no son más que empresas de enchufados que realizan de
manera paralela las tareas que ya tiene otorgadas la Administración. Tampoco es
normal el sueldo de algunos que hasta duplican con las dietas. No entiendo que,
por ejemplo, se les compre un iPad a cada parlamentario, cuando cobran lo
suficiente para comprase diez al mes y todavía les sobran dosmil euros. No
entiendo que con un sueldo tan grande todo se les de gratis. Ni por qué
necesitan tantos asesores. El número de asesores por político es directamente
proporcional a su ineptitud para el cargo que desempeña. ¿Es que la
Administración no tiene técnicos superiores y medios?
Con todo, hay algo que sí que entiendo, la necesidad
de los políticos, de los buenos políticos. Gente capaz de arriesgar su cómoda
situación profesional para servir a la nación. De dejar temporalmente su
floreciente trabajo para servir al bien común. Capaz de pasar por alto la
envidia de los que no siendo capaces de arriesgar nada son los más críticos con
ellos.
Entiendo
también que hay que cambiar el sistema de votación, que eso de la Partidocracia
no es bueno y que esas escuelas de políticos, jóvenes de este u otro partido
que nunca conocerán las situaciones por las que atraviesa el hombre de la
calle, son reminiscencias totalitarias que pretenden la longevidad en el poder,
cuando lo auténtico del político es -además de la representación popular- la
condición temporal del encargo recibido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario