Paso la velada en un chalet de una urbanización privada
donde, en otro chalet próximo, se graba un programa para la MTV. Un
reality-show con alcohol, sexo y drogas, versión española cuyo correspondiente
norteamericano ha tenido gran audiencia. Me entero porque me lo cuenta uno de
los invitados a la velada. El mismo al que hace unos minutos se le ha
presentado su hija de dieciséis años, con unos zapatos de tacones que la
colocan a la altura de Pau Gasol, para decirle que se iba a la discoteca. La
niña, toda de bonita, ha dicho que no le apetecía ponerse tacones, pero “como
todas sus amigas se los iban a poner…”. ¿Verdad que les suena el argumento?
De vuelta a casa, cruzo por lugares que me recuerdan a
la niña bonita. Un parque abarrotado de coches con los maleteros abiertos cuyos
jóvenes propietarios, medio tumbados en los capós o sentados en el bordillo de
la acera, sostienen vasos de plástico con bebidas alcohólicas. Chicos y chicas
que confraternizan con un poco de ginebra entre sus labios. Y que, minuto tras
minuto, irán perdiendo un poco de sensatez y mucho de voluntad. Los chicos con
el torso al descubierto, las chicas casi. Más adelante, decenas de jóvenes se
agrupan a la entrada de una discoteca. En las escaleras de los edificios contiguos
se repiten escenas como las anteriores. Me permito añadir la del joven que
vomita o la de las niñas que consuelan a otra que llora desesperada. Son las
primeras horas de la madrugada. “Como todas sus amigas”, algunas llegarán a
casa al amanecer. Pero no me pregunten cómo.
Esta “herida en la noche” es una de las caras de
nuestra sociedad del bienestar, una de las pocas que persisten. Imagino al
grupo de niñas bonitas, con sus tacones, en el interior de la discoteca. En
grupo, así entran; con risas que delatan que se sienten miradas. La música, una
música estridente hace que tengan que levantar la voz. Y, mientras buscan algún
lugar en el que situarse, la mirada se cruza con otras miradas; curiosas unas,
interesadas otras. ¿Qué tomamos?, se dicen. ¿Una Coca-Cola?, no digas
tonterías, apunta alguna. Aparecen los primeros moscones a los que saben
quitarse rápidamente de encima. Trae una de ellas a uno que acaba de conocer y
que tiene unos amigos, dice. Es un juego que durará toda la noche. La primera
que se incomode, la primera que quiera irse será borrada de la agenda del
móvil. Es una experiencia, dicen. No es más que eso, una experiencia. Aunque
algunas de ellas no tendrán oportunidad de más porque hay experiencias que
engullen a la persona, que la marcan. Mientras que una es dueña de sí misma, la
sensación de libertad es clara. Pero hay otras voluntades que superan la
nuestra. Otros elementos que enturbian la propia voluntad, la debilitan. Es el
momento de escoger entre el grupo o yo. Un grupo que se hizo en la orilla de la
mar, con los castillos de arena, con las primeras olas; que se fue forjando a
la sombra del edificio jugando al pillao; que empezó pidiendo permiso a los
padres para salir a la heladería. ¡Qué años tan felices han pasado mientras se
convertían en mujeres! ¿El grupo o yo?
Sin dejar de tener en cuenta la propia miseria, esa
parte de la condición humana que nos tira para abajo, y precisamente por ello,
se me ocurre que vivimos un tiempo –quizás todo tiempo fuera igual- en el que
nos movemos grupalmente. En el que resulta difícil encontrar una persona como
tal, no sólo con libertad y entendimiento, sino también con voluntad. Una
voluntad que surja de un pensamiento fuerte capaz de decir no a lo que no le
conviene. Pero para que así sea debe tener motivos, principios. Pero ¿qué
principios puede haber en un mundo en el que todo vale? ¿Dónde está el
entendimiento que es capaz de ver los límites de la libertad?
En un mundo en el que se ha pervertido lo natural, no
hay manera de encontrar esos límites, porque esos límites los impone la propia
naturaleza de persona. Y este es el error de nuestro tiempo, que se ha
extendido la voz de que es la cultura y las tradiciones los que imponen los
límites para actuar, cuando es la propia naturaleza ahora y siempre la que los
impone. Hasta el próximo martes.
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