miércoles, 22 de agosto de 2012

"¡Qué buena es la vida!" (21-08-2012)


Así, con la exclamación que encabeza este artículo, finaliza el libro de Philippe Pozzo di Borgo, Intocable (Ed. Anagrama), que ha inspirado la película con el mismo título. Una exclamación que no tendría el mismo valor si no fuera porque el que la realiza es tetrapléjico. “Tetra”, se llama a sí mismo. Y, es que, Philippe Pozzo di Borgo, vástago de los duques Pozzo di Borgo y de los marqueses de Vogué, quedó tetrapléjico en junio de 1993 por un accidente en parapente. Tres años después moría de cáncer su esposa Béatrice a la que amaba con locura. “Después del accidente me asaltan los pensamientos. Después de la muerte de Béatrice, los dolores”, se lee en el libro. Y más adelante: “Casi veinticinco años de vida en común, una dicha increíble”.
El libro no tiene desperdicio. En tono desenfadado, lleno de humor, con reflexiones profundas -nada de moralina-, a veces con lenguaje poético, Pozzo di Borgo va narrando su vida y desentrañando sus sentimientos. Unos sentimientos que son consecuencia del descubrimiento de “un mundo que nunca había mirado de muy cerca, el del sufrimiento”. Porque, como nos sucede a muchos, “nunca habíamos pensado en el desastre”. Pero lejos de hundirse en el desastre surge en él un nuevo modo de mirar la vida. Contempla hasta lo más pequeño con ojos distintos y encuentra en los otros, en la familia de manera especial, el motivo para vivir. El libro es, por tanto, un libro que lleva a la esperanza que él define como “el puente que nos lleva de la bóveda luminosa de los recuerdos a la eternidad”.
He recordado este libro después de leer que la justicia británica ha rechazado la petición de “suicidio asistido” efectuada por T.N., tetrapléjico como Pozzo di Borgo. Los jueces que han visto el caso han estimado que la ley es clara: “La eutanasia voluntaria –es decir, buscada intencionalmente- es un asesinato”. La foto de T.N. me ayudó a imaginar a Pozzo di Borgo en su silla, aunque ya tenía una idea por las veces que había visto en televisión al físico Hawking, tetrapléjico como ellos, para promocionar unos libros que muchos han comprado y pocos han entendido. Pero al contrario de lo que sucede con las imágenes de ambos, las palabras de T.N. (“me entristece que la ley quiera condenarme a una vida de creciente indignidad y miseria”) representan el polo opuesto de Pozzo di Borgo. Nada tienen que ver con el sentido esperanzador con el que éste ve la vida, metido hasta el cuello –como aquél- en el dolor.
Al traer aquí estos casos paralelos no es mi intención realizar un juicio comparativo -¿quién soy para hacerlo?-. Sólo me mueve el deseo de mostrar dos actitudes diferentes ante una misma realidad en la que la carga emocional es tan fuerte que puede hasta nublar el entendimiento. Lo que sí pretendo es llamar la atención sobre el hecho de que la petición de T.N. no pasaría de ser una llamada desesperada más de alguien que lo está pasando mal –muy mal, si se quiere- y que, en lugar de muerte, lo que necesita es cariño, algo en lo que los humanos son expertos cuando se lo proponen, si no fuera porque detrás de esta petición hay gente interesada en aprovecharse de su estado para sacar adelante una ley permisiva con la eutanasia. Estos casos extremos, ya divulgados por la filmografía española en aquella película protagonizada por Javier Bardem, calan en la opinión pública obnubilando la razón frente al sentimentalismo predominante, ayuno de principios, reflejo de sus propias omisiones, incapaz para encontrar significado al dolor, desorientada ante el lugar que éste ocupa en la vida.
La eutanasia –como bien saben los holandeses- da pie a la eugenesia, algo que refleja con exactitud el siguiente chiste de Luc Tesson, que encajaría muy en el libro de Pozzo di Borgo. En la primera viñeta, una afectuosa enfermera pregunta a un hombre de edad que guarda cama: “¿Quiere que aliviemos sus sufrimientos?, ¿quiere acabar su vida con dignidad?, ¿con asistencia médica?” El enfermo responde con un sí a las tres preguntas. En la viñeta adjunta se ve a la enfermera comentar al médico: “Quiere la eutanasia”. La cara del enfermo que les está oyendo es, como no podía ser de otro modo, de chiste, todo un poema. Él no se refería a eso.
¡Qué miedo me da esa sensiblería popular! Para salvar la dignidad deciden quitar la vida cuando es ésta, precisamente, la cuna de aquella, Por favor, menos “piedad peligrosa” y más amor y dedicación a los demás. 

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