Empezaba el 2012 con la mirada puesta
en cosas distintas a las del año anterior, era tiempo de construir y arreglar
desaciertos. Tiempo de austeridad pero también de esperanza. Una austeridad
impuesta por la necesidad o por convencimiento propio, más por lo primero que
por lo segundo. Material y tangible, por tanto. Que es lo que la distingue de
la esperanza: intangible, intuitiva, que solo persiste por convicción propia y que
desaparece con el logro de lo que se espera. Convicción que puede ser presa del
desaliento si escuchamos sólo a los profetas del desastre o, también, porque la
austeridad se torna en privación de las necesidades primarias. Desesperanza
porque otros te la quitan, desesperanza porque uno mismo no ve motivos para
esperar. Paradójicamente, de la primera se sale por uno mismo. Basta el sentido
común y el conocimiento de esos profetas. De la segunda, en cambio, sólo se
sale con la ayuda de otros, que los hay.
He visto reír a dos niños con esa
alegría inmensa que no deja ningún rincón para el desánimo. Una alegría que
todo lo llena, la alegría de la inocencia, una inocencia plena que nada sabe de
seguridades. Y, de repente, todo parece sencillo. La vida se descomplica al
instante, toda preocupación se desvanece al contemplar cómo ríen. Risa sin
artificialidad, risa que llega de lo hondo. Y, me digo que, aunque todo
desaparezca, siempre quedará esa risa. La risa de los inocentes que coloca cada
cosa en su lugar.
Debo hacer memoria de esas risas, porque
eso que llamamos Humanidad se manifiesta siempre por medio de la humanidad de
las personas y, especialmente, de las más inocentes. Concepto abstracto el de
Humanidad, pero que tiene una base visible, un origen real del que se abstrae
lo bueno y lo bello, el bien y la bondad, permaneciendo en la memoria como
fuente de esperanza.
El premio Nobel de literatura, J. Steinbeck,
escribió en las “Uvas de la ira”: “suceden cosas extrañas, algunas amargamente
crueles y otras tan hermosas que la fe se vuelve a encender y para siempre”.
Pero ese para siempre depende de la memoria, hay que tener memoria del bien y
la bondad experimentados. Claro que, antes, hay que haberlos experimentado.
Pero, ¿quién no ha experimentado esas risas inocentes? ¿Quién no guarda retazos
de bondad de entre su pasado? ¿Quién no ha experimentado en estos días la risa
de los niños? El problema surge al no apreciarlo, al no recordar. Pero, ¿es
esto posible?
El “Cuento de Navidad” de Charles
Dickens da una respuesta afirmativa a la pregunta anterior. El viejo Skrutch no
manifestaba sentimientos de bondad ante el dolor ajeno. Para liberarse de la
carga del pasado había hecho desaparecer de su memoria la bondad experimentada
Y esa pérdida de memoria le había llevado a la pérdida de su bondad interior.
Ausencia que había transformado la esperanza en codicia, en voluntad de poseer.
Había envenenado el pasado y, como consecuencia, había destruido las bases
anímicas de la esperanza.
Hoy, hay quienes pretenden borrar del
pasado lo que es causa de esperanza. Goethe, narra la ilusión que en niños y
adultos provocaba la fiesta de San Roque en Bingen, después de la interrupción
provocada por las largas guerras napoleónicas. Constataba, a la vez, la
indiferencia, el aburrimiento y la falta de emoción que producía dicha fiesta
en los jóvenes. Y explica: “nacidos en tiempos difíciles, esos jóvenes no
tenían nada que recordar y, por eso, tampoco nada que esperar”.
No se puede decir que nuestros jóvenes
hayan nacido en tiempos difíciles, más bien lo contrario. Pero sí que es cierto
que les hemos estado negando el verdadero motivo de nuestra esperanza. Les
hemos dado gato por liebre. Les hemos hecho ver que la felicidad es la
comodidad. Que la esperanza proviene de lo material. Cuando nosotros sabíamos
que una sola risa basta para la esperanza, quizás la del Niño que estos días se
muestra en tantos escaparates y que ellos contemplan con aburrimiento e
indiferencia porque no tienen memoria del hecho.
El cardenal Ratzinger, comentando las
anteriores citas, escribirá: “ese hombre al que se le ha borrado la memoria del
corazón a través de un engañoso espíritu de falsa liberación, ¿no lo
encontramos acaso en una generación a la que una determinada pedagogía de la
liberación le ha envenenado el pasado y, con ello, convencido de que no hay
esperanza?”
Empiezo el 2013 con la mirada puesta en
las mismas cosas del año anterior, será tiempo de construir y arreglar
desaciertos. Tiempo de austeridad pero también de esperanza.
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